La comunicación de los árboles

El ingeniero forestal Enrique García Gómez revela en ‘La inteligencia de los bosques’ secretos sorprendentes de un ecosistema vegetal amenazado en medio planeta.

Aristóteles Moreno

Los árboles se comunican entre sí y se alertan de peligros inminentes. Cuando un animal herbívoro ataca a uno de ellos, segregan sustancias volátiles para avisar a sus congéneres. Y estos, a su vez, liberan componentes tóxicos para que sus hojas no sean digeribles. E incluso pueden llegar a ser mortales. Los árboles funcionan como sistemas complejos y fascinantes, que actúan cooperativamente para defenderse, tal como desvela el ingeniero forestal Enrique García Gómez en su último libro La inteligencia de los bosques.

Las vacas, por ejemplo, para esquivar esos sorprendentes mecanismos de protección vegetal, comen la hierba en sentido contrario al viento. Si la ingieren a favor, los pastos son menos palatables. «Se trata de una ecoevolución desarrollada en decenas de miles de años», asegura García Gómez, vicedecano también del Colegio de Ingenieros Forestales de España y director de la revista Foresta. «Evolucionan los vegetales, pero también los animales para adaptarse a esas toxinas. Es una lucha alterna donde no habrá ningún ganador».

Foto: Peter Swaine

El libro del naturalista toledano está plagado de secretos asombrosos sobre un ecosistema que ha sobrevivido cientos de miles de años y hoy se encuentra gravemente amenazado. Los árboles viejos, explica el experto, cuando se encuentran al final de su vida ceden sus reservas a los jóvenes para que prosperen con el vigor suficiente. «Y dejan espacio de luz, además de agua y nutrientes para los nuevos ejemplares», revela. Es una de las múltiples formas de colaboración simbiótica y beneficio mutuo que se produce en el interior de un bosque.

La obra de García Gómez es una loa sin reservas hacia un ecosistema milenario que entrelaza la vida de componentes vegetales, animales y fúngicos en todas sus formas. «La inteligencia de los bosques es una licencia literaria. No intento poner en seres no racionales capacidades humanas, pero lo hago para hacer ver su enorme complejidad y cómo es posible que la vida nos haya dado esta maravilla producto de una larga evolución», argumenta.

Los árboles de un bosque no solo cooperan sino que también mantienen una ardua competición. «No es una convivencia feliz«, puntualiza. Y vuelve a establecer un cierto paralelismo con la sociedad humana. «Nosotros podemos ser los más solidarios, pero también los más crueles», subraya. «En el mundo vegetal sucede lo mismo». Aparte de alianzas para prestarse ayuda mutua, los árboles también luchan por sobrevivir y rivalizan por el espacio, la luz, el agua y los nutrientes. «Es una lucha sin cuartel«, asegura.

«La inteligencia de los bosques es una licencia literaria. No intento poner en seres no racionales capacidades humanas, pero lo hago para hacer ver su enorme complejidad y cómo es posible que la vida nos haya dado esta maravilla producto de una larga evolución.»

Los amplios beneficios de los bosques

La lista de beneficios del bosque es interminable. «Palía un montón de males que producen los seres humanos», señala el autor del libro. «Limpian la atmósfera y absorben CO2, que es el gas más poderoso del calentamiento global. Se conoce su capacidad de retención. Los bosques son un sumidero impresionante, aunque no podemos erigirlos en los únicos responsables a la hora de amortiguar la concentración de CO2″. El océano también actúa como extractor de CO2 pero, a diferencia de los bosques, no puede ser gestionado por la voluntad humana.

Foto: Sharon

Los bosques frenan el calentamiento global, aunque también son víctimas de él. Numerosos estudios indican que las masas arbóreas están sufriendo ya las consecuencias del aumento de la temperatura. «En la península ibérica, por ejemplo, las encinas se están desplazando. Ya no se regeneran en ciertos lugares por causa de la temperatura o la escasez de precipitaciones y dan paso a otras especies más rústicas y menos exigentes, como las coscojas». Lo mismo ocurre con los hayedos, que están elevándose a cotas altas de montaña donde hasta hace poco el frío y el viento gélido se lo impedía. «En las zonas bajas aparecen otras especies mejor adaptadas a la ausencia de precipitaciones y un clima más cálido».

Bosques, cambio climático y deforestación

Muchas especies desaparecerán o disminuirán y otras habituadas a terrenos áridos se expandirán. «Los bosques en España ya se están transformando por efecto del cambio climático«, alerta García Gómez. La floración se está anticipando en torno a 20 días cada año, mientras que los insectos polinizadores no han logrado coger el mismo ritmo. «Se está rompiendo el ciclo de floración y ya hay dificultades de regeneración futura para determinadas especies», avisa.

Con todo, España es el tercer país de Europa con mayor superficie forestal. Tiene 7.000 millones de árboles y 15 millones de hectáreas de bosques, según datos del Inventario Nacional Forestal citados por Enrique García. La mitad del territorio español es forestal y la cuarta parte está arbolado. Y, en las últimas décadas, la superficie de bosques crece a un ritmo de 100.000 hectáreas por año.

El proceso de reforestación de España se produce en paralelo al mismo fenómeno en Europa. La razón es clara: los pueblos se abandonan, la actividad rural decae y la naturaleza está recuperando espacios perdidos hace siglos. «No hay una actividad repobladora del Estado, sino una desactividad rural», explica el ambientalista. «La nueva cobertura vegetal y arbórea está producida por la labor de la naturaleza. Antes había un uso intensivo del territorio y no dejábamos que se reforestara por la acción de los arados y los rebaños». En los últimos años, por lo tanto, se están regenerando pinares, abetales, hayedos, encinares o robledales de antaño.

El proceso de reforestación de España se produce en paralelo al mismo fenómeno en Europa. La razón es clara: los pueblos se abandonan, la actividad rural decae y la naturaleza está recuperando espacios perdidos hace siglos.

Gracias a su orografía y variedad climática, España sigue liderando la biodiversidad en Europa. «Las diferencias de altitud y la cantidad de sistemas montañosos permite mucha diversidad de especies. En el resto de Europa eso no sucede», razona García Gómez. «Somos muy afortunados porque somos ricos en fauna y vegetación». La masa arbórea crece de manera sostenible en las últimas décadas, pero nuestro país contribuye negativamente a la preocupante deforestación del planeta. «En España y en Europa la superficie arbórea es mayor que hace diez, veinte y treinta años, aunque ese terreno que ganamos lo detraemos de otros países en desarrollo», lamenta. Y añade: «No nos gusta quitar bosques ni transformar nuestra masa forestal, pero seguimos trayendo derivados de la madera de Indonesia, Malasia, Vietnam o Brasil. No deforestamos aquí, pero lo hacemos indirectamente en otros países».

Pueblo de Ochagavía, Navarra. Foto: Walimai.Photo

Europa, por lo tanto, tiene una responsabilidad en el proceso de deforestación del planeta. Algunos cálculos cifran en un 15% la masa arbórea que los países europeos contribuyen a eliminar de las zonas sensibles del mundo. «Debemos controlar esas importaciones de madera», suplica. La deforestación planetaria se está produciendo a un ritmo alarmante. En el último medio siglo, asistimos a la mayor pérdida de superficie boscosa de la historia. En 50 años se ha evaporado el 15% de los bosques del mundo, un área equivalente a España, Francia y Portugal. Algunos expertos advierten que a ese ritmo las selvas tropicales y los bosques pluviales desaparecerán en cien años.

«Los modelos matemáticos así lo predicen. Sería una catástrofe. Esperemos que la humanidad no esté tan loca. Brasil está permitiendo una extracción desmesuradaEs un desastre a nivel planetario porque los bosques son los pulmones de la Tierra», asegura García Gómez. Si desaparecen los bosques, aventura el ingeniero forestal, se sucederán las sequías, se extremará el clima, abundarán las riadas, se incrementará la contaminación y nos acercaríamos «al borde del caos de la humanidad».

Fuente: Público

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