Julio bajo un sol que arde en la rotonda que une Torre del Mar a La Caleta, en Veléz Málaga, comarca de La Axarquía. Los complejos turísticos se suceden uno detrás de otro como pálidos champiñones. Pero no hay desierto sin oasis: Detrás de la carretera de la costa aparece un puñado de bueyes bajo la sombra de un acueducto en ruinas, unas huertas verdes, una tierra que dibuja surcos y, de vez en cuando, se convierte en vergel. Antonio Pérez tiene 83 años y el saber de un gran experto cuando se trata de labrar la tierra con animales; si alguien desea cultivar con bueyes acude a él. Ha labrado la finca con ellos desde niño, al igual que su padre, su abuelo y su hijo. La tierra donde ha crecido pertenece a la familia Larios y ha sobrevivido al boom inmobiliario de milagro: Al llegar la crisis el Plan para construir se paró.
Tras hacer memoria de su historia, Antonio nos habla de cómo deben ser las gentes, nombre que le da a los bueyes: «Yo siempre he apañao la tierra con bueyes y la estamos apañando todavía. Tienen que ser dóciles.Para saber si son buenos hay que arrimarse y ver qué hace; si se tira a embestirte hay que dejarle a un lado porque no es bueno para el trabajo. Mientras haya ganao es mejor trabajar la tierra con ellos.»
Los bueyes
Durante miles de años el hombre de campo necesitó a sus animales para sobrevivir. Bueyes, burros, mulos y caballos sirvieron para labrar y abonar la tierra con sus heces.Un campesino dependía de su animal, sin él era muy poco.Con la llegada de la maquinaria agrícola la simbiosis terminó. El campesino compró abono, tractores y carburante. El sistema se encareció, y el agricultor comenzó a depender del petróleo. La tierra se endureció pero el cultivo se volvió más rápido y fácil. En la finca de Antonio aún trabajan con los bueyes.
Texto: Elena García Quevedo.
Fotos: Carlos Pérez Morales.
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