Serge Michel (Le Monde)
En 2012, Sarah Toumi fundó Acacias pour Tous (Acacias para todos) para prevenir la desertificación en Túnez. Su proyecto se convirtió en una lucha contra los males de su región: la pobreza, el éxodo y las mentalidades patriarcales.
Quizás el abuelo de Sarah Toumi no tenga tiempo de darse cuenta de que la salvación de su pueblo pobre de Bir Salah, en el este de Túnez, vendrá finalmente de la mano de su nieta. Lo menos que podemos decir es que Hadj Ramdan Sghaier, de 84 años, no cuenta con ella. «Estás haciendo un trabajo social», dice a veces con desdén. «Para él, el éxito significa fundar una fábrica, comprar campos de olivos y tener mucho dinero en el banco», se lamenta Sarah. Sin embargo, no hace caso a mucha gente. Todos los días, el autoritario anciano, bastón en mano y un fez rojo en la cabeza, inspecciona el trabajo y da órdenes en la pequeña almazara que fundó, a pesar de que ésta pertenece desde hace varios años a uno de sus hijos, que sigue sin tener voz ni voto.
Su esposa, Majida Laroussi, de 80 años, supo entender antes que él que hay una benefactora en la familia. Esta no ha sido siempre su opinión. Hace veinte años, cuando su nieta medio parisina estaba de vacaciones en el pueblo, la abuela destrozó su bicicleta. «Porque no se hizo para que una chica del pueblo anduviera en bicicleta», explica Sarah. Hoy, la abuela ya no protesta cuando su nieta, de 29 años, deja a su marido y a su hijo en el pueblo donde se ha instalado y viaja por el mundo para presentar sus proyectos de emancipación de las campesinas tunecinas. De hecho, es posible que en lo más profundo de sí misma, la anciana delgada, con su velo apretado sobre su rostro arrugado y tatuado como los bereberes, apruebe la singular lucha de la joven contra los males que asolan la región: la pobreza, el éxodo, las mentalidades patriarcales y la desertización de los suelos.
Primera movilización a los 11 años
Es posible que el padre de Sarah haya tenido alguna visión premonitoria del trabajo que su hija emprendería, además de sus estudios de literatura en la Sorbona, pero ya no está para hablar de ello. Ajmi Toumi murió prematuramente en 2012, a la edad de 55 años. Hacía menos de una década que había vuelto a Túnez. Llevaba veintiocho años sin pisar el país, oficialmente por los problemas que sus actividades políticas le ocasionaron con la policía del predecesor de Ben Ali, el presidente Habib Burguiba. Pero quizás también por su padre, no menos autoritario. Tras convertirse en ingeniero, Ajmi Toumi trabajó en los Estados del Golfo, en Irak y en Francia, donde se casó con una mujer bretona. La pareja tuvo dos hijas. Sarah, la mayor, era una apasionada de las asociaciones creadas por su padre, en particular la de Bir Salah. A los 11 años, movilizó a sus primos para distribuir libros a las familias. A los 14 años, negoció con las autoridades la creación de una biblioteca municipal. En total, la asociación distribuyó 350.000 libros, 300 ordenadores y 1.000 metros3 de mobiliario para hospitales y escuelas.
Sin embargo, los 5.000 habitantes de Bir Salah no se alegraron inmediatamente de tener a la agitadora Sarah Toumi entre ellos. En 2012, cuando obtuvo 160.000 euros del operador de telecomunicaciones Orange para renovar y equipar la escuela y el centro de salud, perforar un pozo, crear un vivero de acacias que permitiera a las mujeres cosechar y vender goma arábiga y, siempre con el mismo presupuesto, construir una «fortaleza del conocimiento» para albergar un club de mujeres, un club de jóvenes y un club de integración profesional, muchos se consumieron de envidia. La acusaron de haber malversado dinero, criticaron su forma de vestir por no ser demasiado islámica, y la insultaron a través de su blog o cuando pasaba por la calle. Es parte del conservadurismo intolerante del Túnez de Ennahdha («Renacimiento» en árabe), el partido islamista que ganó las elecciones en 2011, tras la «Primavera Árabe» y la destitución del presidente Ben Ali.
Estrella de las redes sociales tunecinas
Sin embargo, Bir Salah no tiene nada que perder: el pueblo, vagamente visible a lo largo de la carretera nacional entre Susa y Sfax, carente de líneas telefónicas, conectado al agua pero seco nueve meses al año, tiene niveles récord de desempleo y pobreza. También tiene un 8% de niños discapacitados debido a los altos niveles de consanguinidad. Sarah Toumi, dolida y asqueada por estos insultos, se retiró a los suburbios de París en 2014.
Khalil, su marido agricultor, acompaña a su mujer y a su bebé recién nacido en este exilio. Piensa -o tal vez espera- que eso dure, urgido por su propia familia para encontrar un trabajo en París como taxista y enviar dinero al pueblo. No habrá forma.
Seis meses después, Sarah Toumi regresó a Túnez con nuevas armas y equipaje y puso en marcha nuevos proyectos aún más ambiciosos. Khalil, que lleva a su mujer –sin carné de conducir- de un lado a otro, señala que Sarah ha superado todos los obstáculos excepto uno: «Los hombres de la región no se atreven a acercarse a mí y yo no puedo hablar con ellos», explica Sarah. “Así que mi marido tiene que estar conmigo todo el tiempo.»
Su proyecto “Acacias para todos”, fundado en 2012, está en pleno apogeo: se han plantado varios cientos de miles de árboles y participan decenas de escuelas, municipios, asociaciones y particulares. Sarah Toumi, una auténtica estrella en las redes sociales tunecinas, apodada «La Dama de las Acacias», aprovecha para pasar a la siguiente fase y reclutar a trece agricultores-embajadores en el país. Se encargarán de difundir las buenas prácticas de la permacultura, la agroforestería y las de otro árbol con virtudes mágicas: la moringa. Procedente del subcontinente indio, y muy ahorrador en agua, como la acacia, crece a gran velocidad (a veces un metro al mes), protege los suelos con su dosel, los humedece, fijando el nitrógeno, y extiende sus raíces 60 metros bajo tierra, haciendo innecesario el riego. Sus hojas, una vez secadas y molidas en polvo, se venden a precio de oro. Contienen el doble de proteínas que el yogur, tres veces más potasio que un plátano, cuatro veces más calcio que la leche y siete veces más vitamina C que las naranjas. Tienen los ocho aminoácidos esenciales y son buenas para la diabetes y el reumatismo.
Procedente del subcontinente indio, y muy ahorrador en agua, como la acacia, la moringa crece a gran velocidad (a veces un metro al mes), protege los suelos con su dosel, los humedece, fijando el nitrógeno, y extiende sus raíces 60 metros bajo tierra, haciendo innecesario el riego.
Las ONG internacionales apostaron entonces por Sarah Toumi y su asociación “Dream in Tunisia”. En 2015 recibió una beca Ashoka, que le garantizó un sueldo durante tres años y cursos de emprendimiento social. La organización estadounidense Echoing Green también le proporcionó fondos y expertos. En noviembre de 2016, ganó dos premios sucesivos: el premio «La France s’engage au Sud” (Francia se compromete con el Sur) del gobierno francés y el premio Rolex Awards for Enterprise.
El primero le permitió llevar a dos jóvenes empleados de Bir Salah a estrechar la mano de François Hollande en el Palacio del Elíseo el lunes 7 de noviembre, también estableció contacto con la Agencia Francesa de Desarrollo, que espera que invierta en sus proyectos. El segundo, que celebra su 40º aniversario, le fue entregado en Los Ángeles el 15 de noviembre. Es un título de acompañamiento prestigioso y una importante suma de dinero, que ya sabe cómo utilizará. «Con el dinero de Rolex, voy a comprar 500 kg de semillas de moringa», planea Sarah, así como, «construir un centro de formación para agricultores y equipar tres hectáreas para probar todo tipo de especies y sistemas de riego». »
Porque el proyecto ha evolucionado. Ahora la joven mujer quiere garantizar a veinte agricultoras de su región la compra de sus productos a un precio fijo: 20.000 euros al año y por hectárea si, entre los olivos tradicionalmente separados por una distancia de 24 metros, se plantan moringas, árboles frutales, plantas medicinales y aloe vera, otra especie de alto rendimiento. «Si funciona, ampliaré el experimento a otras partes del país», dice.
Selma Sghaier, agricultora de Bir Salah, no dudó en hacerlo. En sus 3 hectáreas, ya ha plantado 13.000 moringas, cientos de aloe vera, almendros y hortalizas. En Túnez, el rendimiento de una hectárea no supera los 7.000 euros anuales. «Y, aun así -explica ella-, estos últimos cuatro años, con la sequía, no hemos obtenido nada.» Cientos de olivos y granados han muerto. Ella, su marido y sus seis hijos han sobrevivido cosiendo zapatos en casa para una marca alemana y alquilando una pequeña habitación a un vendedor de ladrillos. “Si realmente consigo 20.000 euros -espera Selma-, la vida será más fácil y por fin podremos casar a nuestras hijas.
«Con el dinero de Rolex, voy a comprar 500 kg de semillas de moringa», planea Sarah, así como, «construir un centro de formación para agricultores y equipar tres hectáreas para probar todo tipo de especies y sistemas de riego». «
“Sortear el sistema”
Sarah Toumi debe ser capaz de cumplir sus promesas, proporcionando a las veinte agricultoras un sistema de riego por goteo e instalaciones de desalinización de las aguas subterráneas, que contienen 6 gramos de sal por litro. Para ello, quiere prescindir de los intermediarios, cuyos márgenes en Túnez son exorbitantes, y procesar sus propios productos agrícolas para el mercado tunecino y la exportación. De ahí su proyecto de construir seis fábricas, ya parcialmente financiadas. La primera, para las hojas de moringa, estará unida al molino de aceite de su abuelo, aunque él aún no lo sepa.
Lo cierto es que, salvo algunos funcionarios de Túnez capital, todo el mundo parece estar convencido de que fue la Providencia la que envió a Sarah Toumi de vuelta a la tierra de sus antepasados. «Es única, está sacudiendo las administraciones», dice divertido Nabil ben Khatra, del Observatorio del Sáhara y el Sahel. Respalda científicamente los proyectos de Sarah Toumi y se muestra alarmado por la desertización del país: 11 millones de hectáreas están amenazadas por una grave degradación debido a los pesticidas, el uso de agua salada de la capa freática y el sobrepastoreo. Cada año se pierden al menos 10.000 hectáreas. «La moringa es un árbol ideal para rehabilitar los suelos. Pero todavía no está homologado en Túnez. Oficialmente, no existe en el país. Sarah hace bien en sortear el sistema, en marcar su propio ritmo.»
«La moringa es un árbol ideal para rehabilitar los suelos. Pero todavía no está homologado en Túnez. Oficialmente, no existe en el país. Sarah hace bien en sortear el sistema, en marcar su propio ritmo.»
El mismo entusiasmo puede encontrarse en el ayuntamiento de El Hencha, del cual depende Bir Salah, y que planea desarrollar un bosque de 50 hectáreas. «Sarah es la única que se ha movido en la región. Es especial», dice en frente de ella Bahri Mathlouthi, el secretario general. “Está tanto en el pueblo como en el ámbito internacional. Mira, nuestra ciudad no está hermanada con ninguna otra. ¡Encontrará una para nosotros!» Al salir de la reunión, Sarah es retenida por un empleado del ayuntamiento que busca colocar a su mujer en uno de sus programas. «El problema -dice preocupada-, es que, ¡todos cuentan conmigo!».
Al arrancar el coche, Khalil sonríe. Tal vez el marido piense que su mujer se lo ha buscado, este destino. Ahora, los inversores se pelean por ella. Ya la han llamado siete fondos americanos. Uno de ellos llegó recientemente a Túnez. «Me dijo que era demasiado generosa con mis 20.000 euros. Que el salario mínimo debería ser suficiente. Pero los agricultores confían en mí, no puedo traicionarles. »
Fuente: Le Monde
Traducción: Tristan Semiond – FUNCI
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