En esta entrevista, Umberto Pasti, uno de los más reconocidos escritores y paisajistas del mundo, y también de los más atípicos, da rienda suelta a su pasión por la naturaleza, la filosofía y el arte, y habla de su vida y su implicación con el país Yebala, en el norte de Marruecos.
Texto y fotos: Inés Eléxpuru – FUNCI
Umberto Pasti es una persona atrapada por el horror vacui. Ese horror vacui propio del arte que más ama, el islámico, que acapara toda su vida y llena de genialidad su cabeza, sus casas y sus jardines. Todo en él es intenso y está repleto, no hay resquicio para el vacío. Infatigable, en estos momentos está escribiendo su enésimo libro, en el que recoge y da vida, junto a la fotógrafa Ngoc Minh Ngo, a los azulejos islámicos y los objetos populares del norte de Marruecos, que atesora en su casa de Tánger. Sus libros no son los libros al uso sobre jardines o paisajismo. Llenos de descripciones poéticas y vívidas, logran transmitir la energía que lo ha llevado durante una buena parte de su vida a crear jardines y espacios para la literatura y la ensoñación.
Establecido desde hace 38 años en el norte de Marruecos, concretamente en Tánger, donde pasa parte de su tiempo, el paisajista y escritor italiano ha materializado el sueño de su vida en su célebre jardín de Rohuna, a unos kilómetros de la ciudad, sobre una fabulosa colina que sobrevuela el Atlántico. Sus jardines marroquíes son una amalgama vegetal tan densa (el de Tánger acoge más de 2.400 especies botánicas en tan solo media hectárea), que se debe pedir permiso a las plantas para pasar. En las estancias de sus casas la vista no sabe dónde posarse, y el alma de los objetos –todos, absolutamente, antiguos y singulares- lo invade todo. Sus casas y sus jardines están habitados por duendes, hados y presencias; los mismos que, según él, le instan a perseguir su impulso onírico.
Pero, más allá de su exquisito gusto y sensibilidad para animar los espacios, Umberto Pasti hace una labor de titanes por la conservación de la diversidad vegetal y patrimonial de su ámbito geográfico, mediante la recolección y reproducción de decenas de especies en vías de extinción. Además, crea eso que hoy se conoce como « comunidad ». Con su fluido dariya (árabe dialectal marroquí) y sus formas cálidas y familiares, Pasti no solo se encuentra perfectamente mimetizado con su entorno rural, en especial en Rohuna, sino que ha sabido formar un sólido tejido vecinal e involucrar a toda la comunidad local en sus proyectos, permitiéndole acceder a la dignidad, en un medio deprimido donde las oportunidades de desarrollo y de creatividad son escasas.
P- Tu formación de base es la filosofía ¿qué es lo que te impulsó a estudiar esta disciplina, y no la botánica o la arquitectura del paisaje?
R- Siempre me ha gustado la filosofía, el mundo de las ideas, y en especial la griega, pero mi pasión por la naturaleza y los jardines me viene de la infancia. Yo era un niño de ciudad, de Milán, pero pasaba siempre las vacaciones en el campo, en Toscana y en otras regiones, y no estaba nunca con los “signori”, como se dice, sino con los jóvenes campesinos, que tenían mi edad, seis, siete, ocho años. Así descubrí ese amor desenfrenado por la naturaleza, las ranas, los animales, las cerezas… tenía una especie de necesidad física de estar en la naturaleza, y cuando volvía a la ciudad me ponía enfermo. Junto con los campesinos descubrí el sexo, los olores de la tierra… Con mis padres la vida en la ciudad era, como decirte, anodina, muy burguesa.
P- ¿Cómo te convertiste en paisajista y en creador de jardines?
R- Nunca había soñado con ser paisajista, me he convertido en ello por casualidad. Llegué a Tánger hace 38 años, y quise comprar mi casa actual. Allí descubrí a un viejo jardinero sordomudo que se llamaba Mohammed, y mientras Stephan hablaba y negociaba con los propietarios, yo me adentré en lo más profundo del jardín con Mohammed. No había hecho un jardín en mi vida y menos pensado en convertirme en paisajista. Me apasionaba el arte, lo contemplaba en las casas, pero ni me fijaba en los jardines. Lo que me gustaba era el campo, ir a las montañas y a los valles; en realidad, detestaba los jardines. Pero cuando vi a Mohammed tan mortificado por la avaricia del propietario y por su fobia hacia las plantas, me dije: “hay que ayudar a este hombre y hacer de este jardín una maravilla, hacer que se sienta orgulloso de él”. Así que empecé a comprar libros y a estudiar durante un año entero (me encanta estudiar, lo hago durante unas tres horas al día) y a hacer una tontería tras otra, como plantar tulipanes, debido a mi amor el mundo otomano. Y así durante un año, hasta que un día me dije: “ahora tienes que ir más allá. Tienes que armonizar tu amor por el campo y la naturaleza con el jardín, que al final es lo mismo”. Entonces, pensé que lo que crece en las cunetas es más importante que lo que ves en las ciudades, y poco a poco comencé a transformar el jardín de Tánger.
Aparentemente lo logré, porque al cabo de tres años hubo un rico italiano que me visitó y me dijo, “me encantaría que me hicieras un jardín en la Puglia”, a lo que yo contesté: “¿estás loco? No soy capaz, estoy aún haciendo este…”. Pero él me insistió en que el jardín de Tánger le parecía sublime, que tenía una magia extraordinaria, así que marché a la Puglia y el señor se convirtió en mi primer cliente. Así fue como empecé a diseñar jardines, pero no tengo ninguna formación. Tengo un sentido del vacío, de la plenitud, de las proporciones, pero no soy paisajista en el sentido clásico.
P- Pero, ¿por qué Tánger y no otro lugar?
R- Vine a Tánger porque había conocido a Stephan y habíamos pasado unas vacaciones en Marrakech. Yo había estado anteriormente en Marruecos, pero no me gustaba, porque adoraba Siria, Egipto, Turquía y consideraba el Magreb como una periferia poco interesante. Estando con unos amigos de Marrakech muy mundanos, ya no podíamos más, y un día en que salieron alquilamos un “cuatro latas” y dijimos, “¿cuál es el lugar más alejado de este ambiente tan snob? ¡Tánger!”. Al dirigirnos allí nos perdimos y fuimos a parar al valle de Sidi Kacem, que estaba cubierto a lo largo de hectáreas y hectáreas, de Iris tingitana. Yo de pequeño tenía una obsesión por los iris; era casi una manía. Me caía en los arroyos y los ríos al ir a colectar Iris pseudacorus. Así que cuando salimos del coche, nos tumbamos sobre la hierba y dijimos: “¡estamos en casa, basta, safi’!’.
P- Además de concebir jardines con miles de plantas de todas las latitudes, seguías con tu pasión por el arte, en especial los azulejos islámicos, lo cual se refleja en las fabulosas colecciones que posees en tus casas.
R- Sí, esto es debido al descubrimiento de Egipto cuando era muy joven. Hice un viaje con un amigo, y antes de visitar las pirámides, nos acercamos al Cairo musulmán, para mí la más bella de las ciudades. Ahí surgió en mí una pasión devoradora por el arte islámico, que es mi mayor obsesión desde que tengo catorce años. Y sí, tengo predilección por ciertos periodos del arte islámico, por el arte textil, las alfombras, la caligrafía, la madera fatimí, la cerámica ayyubí… Y como tengo una naturaleza estudiosa, me puse a leer y a formarme, y al llegar aquí a Marruecos, me di cuenta de que el arte marroquí no era comprendido, que era despreciado por los especialistas, y entonces pensé que era mi deber conocerlo y protegerlo.
Mis casas no son bonitas, porque me trae sin cuidado la belleza de las casas; mis casas están simplemente llenas de cosas bellas, porque son cosas que he salvado y recuperado de los bazares y los rastros. Ahí me di cuenta de que el arte marroquí es tan hermoso como el egipcio; es simplemente que probablemente es mucho menos conocido. Se trata tal vez de un arte más, digamos, provinciano, pero que encierra un aspecto muy interesante. Si lo observas, el arte sirio, por ejemplo, es un arte califal, un arte relacionado con la corte. En Marruecos ha habido un arte burgués, lo cual es muy peculiar, porque es un arte relacionado con la vida cotidiana; un arte menos palatino y mucho más ligado a la ‘calle’.
P- Y este amor por el arte islámico en general y magrebí en particular, te ha llevado a interesarte por el arte andalusí, que conoces de primera mano.
R- Sí, porque para mí el arte magrebí está totalmente ligado al arte andalusí, e incluso el arte popular del norte de Marruecos deriva de la expulsión de los moriscos, de manera que puedo ver esta continuidad. Es muy emocionante observar cómo la madera pintada de Yebala no es más que una revivificación del arte andalusí, retomado por los campesinos del norte de Marruecos.
P- Regresando a los jardines, tu gran obra de arte, tu más célebre creación es el jardín de Rohuna, en la región de Tánger…
R- Sí, hay algo en Rohuna que lo convierte en muy diferente a los demás jardines que he hecho, y es que lo he creado con la misma energía que se emplea para escribir, porque Rohuna era una página en blanco. No había ninguna posibilidad de hacer un jardín, porque no había acceso, no había agua, no había tierra; no había nada. Esto me permitió ser aún más visionario. Si ya hubiera tenido elementos, niveles, etc. hubiera sido mucho más complicado. En este caso se trata de un jardín totalmente inventado, como una novela. El hecho de no contar con ningún punto de referencia me permitió emplearme a fondo.
P- Rohuna no es solamente un jardín fascinante con miles de especies y fruto de un sueño, sino que es una gesta y un trabajo colectivo, comunitario. Ha debido ser agotador. ¿Cuál es la energía que te ha permitido materializar ese sueño?
R- Pues sí, porque Rohuna es un sueño solista, un delirio, y al final de la materialización de este sueño he comprendido que lo único que me importan son las demás personas. Y más allá del arte y de todas las cosas que me interesaban durante mi juventud, cuando era una persona bastante solitaria que amaba la poesía, la literatura, la filosofía y las plantas, Rohuna, a lo largo de estos veinte años, me ha enseñado que me trae sin cuidado todo eso, y que lo que de verdad me interesa es que los jóvenes aprendan a trabajar, que seamos felices juntos. Rohuna me ha permitido vivir el pasaje cultural entre la sociedad agrícola y ese horror que suponen el consumismo, el capitalismo y el islamismo radical por una parte, y por otra la presencia de la radio y la tele. Cuando yo llegué a Rohuna, no había electricidad. Era como estar en la antigua Grecia. Nos reuníamos todos en una habitación por la noche, porque hacía frío; los viejos hablaban y los jóvenes escuchaban. He conocido el mundo de los héroes de Homero ¿ves?, y ese mundo ha desaparecido. Por momentos este proyecto fue la desesperación, el pánico, pero al final lo pude llevar a cabo porque me dije que lo único importante, a causa del amor que sentí por esos jóvenes que trabajaban para mí, era crear una alternativa, eran los demás. Me dije que, debido al amor que sentían por su pasado, por su flora y su vegetación, mi deber era construir una alternativa grande como la de una hormiga enfrentada a dos mil elefantes, y tratar de dar continuidad a la cultura del intercambio, del amor, de la disciplina, la reciprocidad, en torno al Eros y no a la muerte.
P- Alguna vez has comentado que, aunque una estaría tentada de verte como un coleccionista de plantas y de arte, en realidad este coleccionismo no es solamente el fruto de una pasión personal, para sentirte rodeado de belleza, sino también del deseo de conservar la memoria de los demás.
R- Claro, porque la identidad de un pueblo se expresa en su manufactura, en las cosas creadas por él. Yo pienso que, en este mundo de globalización, plano y banal, en el que tenemos todos la misma forma de hablar, de vestirnos, de movernos, es importante conservar esta identidad. Cuando veo que un joven yebala toma una caja de madera en sus manos para usarla, y no para verla en un museo, me siento feliz, y es bonito explicarle que su abuela ponía las joyas de esta forma, y que esas joyas eran así o asá. Eso es lo que me gusta de los objetos, que expresen la cultura de los que los han creado. Y aunque te dé la impresión de que hoy los chicos solo aprecian el móvil y el ordenador, mantienen en realidad aún ese recuerdo en ellos. Es su especificidad, su cultura. No quiero que esto sea igual que Groenlandia o Connecticut, quiero que el norte de Marruecos sea el norte de Marruecos, y que Connecticut sea Connecticut.
P- Antes comentabas que tu pasión por las plantas había surgido por tu interés por la flora salvaje. ¿Cómo has hecho y cómo sigues haciendo para recolectar todas esas especies en vías de extinción para luego recuperarlas y conservarlas?
R- Pues tengo la ayuda de los muchachos a los que he formado. Me fatiga mucho, pero, ¿sabes? pienso que es mi deber conservarlas –todos tenemos un deber. Y es que en el norte de Marruecos la especulación urbanística es cada vez más agresiva y con ella las plantas desaparecen. Ayer recogí con los muchachos 130 Cistus ladanifer, que aquí son un endemismo porque se hacen enormes, y aunque estaba cansado, me dije que era mi deber salvarlos.
P- Sin embargo, esta visión conservacionista te ha convertido en un personaje no siempre cómodo, que persigue la proliferación del hormigón y la desaparición de la biodiversidad.
R- No soy siempre amado, porque, tras ver la experiencia vivida en España y en Italia, en relación al urbanismo salvaje, me dirijo a las autoridades locales para explicarles cómo hay que urbanizar con orden y respeto, a lo que ellas me responden: “déjenos cometer nuestros propios errores”. Pero por desgracia, una vez que estos errores se cometen, luego son irremediables; mira si no lo que ha sucedido con una buena parte de la costa española… Estoy convencido de que dentro de 50 años todo el mundo se arrepentirá de lo que está sucediendo. Hay que adelantarse a eso. Y mientras, hay que salvar todas esas especies para reproducirlas y luego reintroducirlas cuando haya leyes severas de protección. En ese sentido hay que ser como la cigala, crear reservas con esos tesoros amenazados. Aun así, soy optimista por una razón; porque, aunque es verdad que las autoridades van por la dirección del hormigón y el césped, veo que los jóvenes que trabajan conmigo, que son chavales rurales y desfavorecidos, comienzan a conocer el nombre de las plantas, a respetarlas y ven mucho más allá que las autoridades. Si la gente del medio rural toma conciencia de la importancia de su patrimonio, que es la base, el conflicto entre estas dos perspectivas puede ganarse a la larga. Por eso es tan importante la difusión del conocimiento: la botánica, la poesía, las costumbres ancestrales…
P- Por favor, háblame de esa intervención que se ha hecho en la playa de Rohuna, un lugar único, consistente en la construcción de cuatro campos de polo.
R- Pues esto se debe a un señor francés llamado Patrick Guerrand Hermès, que se enamoró de este valle y decidió hacer en él los campos de polo que, como sabes, necesitan una gran cantidad de agua. Compró unas tierras bajo la tutela del Alto Comisariado de Aguas y Bosques; eran dominio marítimo. Para la construcción de estos campos debía allanar el terreno, cosa que hizo mediante la arena de la gran duna que existía. Cuando plantó el césped se dio cuenta de que no tenía agua suficiente para regarlo. Y como al lado hay un río, construyó un dique para bombear el agua. Esto hizo que hubiera importantes inclusiones marinas en el agua dulce que mataron el río, lo que acabó con la vida de muchos animales e hizo que los niños de mi pueblo, que tenían por costumbre bañarse en ese río muerto, comenzaran a atrapar enfermedades raras como la meningitis. Como aun así el agua no era suficiente para el regadío, cavó siete pozos de perforación, uno al lado del otro, con lo cual secó uno de los manantiales del pueblo. Y todo eso para unos campos que se usan como mucho tres o cuatro veces al año.
Pero, Umberto Pasti no descansa, a pesar de sus grandes logros. Uno de ellos es sin duda el haber conseguido involucrar a unas 160 personas de su entorno (Rohuna), no solo mediante el cuidado de su gran jardín, sino ayudándoles a desarrollar y consolidar sus talentos y a comercializar sus creaciones. Así sucede por ejemplo con Najim, el carpintero que construye muebles rústicos de madroño, los críos que fabrican juguetes e impresionantes figuras de fibra vegetal, las jóvenes que crean muñecas, los fabricantes de casitas de madera pintada, y tantos otros. Para divulgar y vender sus obras, Pasti ha organizado exposiciones en Madrid, Londres, Tánger y Nueva York, y ha creado una asociación: Friends of Rohuna.
Ahora, Umberto Pasti aspira a descansar y ceder sus propiedades a alguna Fundación extranjera establecida en Marruecos. De esta forma, asegurar la continuidad de su trabajo, y crear pequeños museos y bibliotecas temáticas para el público, mientras él seguiría como conservador hasta el final de sus días. Su deseo es que su legado permanezca para disfrute de la gente local y que pueda tal vez replicarse algún día. “Así, me podría morir sereno. Y no solo por lo que estos objetos y plantas significan, sino por estos jóvenes implicados en todo ello. Les tengo que dar un futuro”. Mientras, su jardín de Rohuna es visitable previa concertación y una pequeña retribución para la comunidad que lo cuida. Visitarlo y entregarse a él es un bálsamo para el alma, del que nadie se libra.
Para visitar Rohuna, diríjase a: umbertopasti@gmail.com
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