Cambio climático y acequias árabes en Granada

Cristina Armunia Berges

En la cara sur de Sierra Nevada muchas de las acequias bajan de nuevo llenas de agua. No todas, pero sí las más importantes para los agricultores de Bérchules, un pequeño municipio granadino de 719 habitantes. Los canales tradicionales, de poco más de un metro de ancho en las zonas altas, recorren las laderas empinadas custodiadas por sabinas, enebros y pinares. En esta época del año ya hace frío y eso es bueno porque, para que los árboles tiernos crezcan, necesitan sus dosis de umbría y de bajas temperaturas.

El cambio climático es una amenaza constante. Aunque se tiene claro que la montaña ya tiene un aprendizaje con el que poder defenderse, los escenarios resultantes con aumento de temperaturas y de lluvias torrenciales cambiarán los ecosistemas y el paisaje tal y como lo conocen los habitantes de la Alpujarra. El proyecto Life Adaptamed, que ha estado llevando a cabo acciones en la zona, tiene por objetivo principal la protección de los servicios ecosistémicos en el Cabo de Gata, Doñana y Sierra Nevada ante el desafío que supone el cambio climático. Las intervenciones se basan en lograr adaptar los espacios en vez de incidir directamente sobre las especies. La recuperación de las acequias es un ejemplo de lucha contra la falta de agua.

Acequia de careo en Sierra Nevada.

Es noviembre y hace frío, aunque aquellos que conocen la zona aseguran que no es un frío como el de antes. Hace años, a estas alturas, las chimeneas de la Alpujarra deberían haber estado echando humo sin descanso. Pero el frío tarda en llegar. «Todos los estudios indican que la alta montaña es especialmente sensible al cambio climático», explica el profesor de la Universidad de Granada y coordinador científico del proyecto, Regino Zamora. A 2.000 metros de altura, a los pies del Mulhacén, recuerda cómo la gente, en los años 60, vivió de la ganadería y la agricultura de subsistencia y cómo ha sido capaz de adaptarse a la nueva realidad de conservación de los parajes naturales y el turismo. Zamora cree que la montaña será capaz de asimilar los nuevos cambios.

Además, recuerda el científico, esta montaña al sur de Granada es heterogénea y eso significa que los impactos climáticos no afectarán de la misma forma en todos sus rincones. Para anticiparse y tratar de imaginar el máximo número de escenarios posibles, el proyecto Life Adaptamed trabaja en el territorio recuperando las acequias de careo de origen medieval, una colosal red de aguas ideada hace 800 años por los árabes que habitaban en la Península con la que se busca dirigir el agua del deshielo, infiltrarla en el subsuelo (sembrar) y después recuperarla cuando hay escasez.

El proyecto Life Adaptamed trabaja en el territorio recuperando las acequias de careo de origen medieval, una colosal red de aguas ideada hace 800 años por los árabes que habitaban en la Península.

El agua juega en la superficie. Podría decirse que casi se detiene para estar el máximo tiempo posible discurriendo hacia abajo. Los canales por los que discurre apenas tienen el desnivel suficiente para que siga avanzando, pero sin sobresaltos. Esta maravilla labrada en la montaña necesita sus cuidados, pero cada vez hay menos personas con los conocimientos suficientes para mantener las acequias limpias. Durante el éxodo rural, además de marcharse valiosa mano de obra, hubo una gran fuga de conocimientos que se intentan ahora recuperar. Pero no es sencillo.

«Mantener las acequias es fundamental para mantener la agricultura, la masa forestal e incluso el agua que llega a las fuentes de los pueblos», comenta Javier Cano, director de proyectos de Life Adaptamed en España.

La lucha contra el cambio climático

Los investigadores del proyecto, junto a los lugareños y administraciones, se han asomado a lo local para encontrar una solución universal a los problemas que plantea la falta de agua. «Aunque la lucha contra el cambio climático sea algo relativamente reciente, nos hemos encontrado con una solución basada en el saber cultural y en la naturaleza. Es una herramienta para la adaptación en los ecosistemas, para retener el agua en la montaña, para albergar biodiversidad», asegura el zoólogo y coordinador técnico de Life Adaptamed, José Miguel Barea.

Son estructuras árabes, de la época medieval, que seguramente han tenido una evolución.

«Son estructuras árabes, de la época medieval. Seguramente han tenido una evolución. Algunas habrán quedado sepultadas, pero también se han abierto otras nuevas. Seguramente algunas se conservan desde el principio», comenta.

Acequia tradicional que recorre Sierra Nevada.

El proyecto «se trata de una acción de restauración del matorral de alta montaña, muy focalizada en los Juniperus, que son los enebros y las sabinas. Los enebros, en un contexto de cambio climático, tienen un problema serio de regeneración. El principal dispersor de sus semillas es el mirlo capiblanco, que está bajando en número en sus lugares de reproducción. Desde que la semilla cae y germina necesita unas condiciones climáticas que están empezando cada vez a fallar más, con años secos y calurosos», alerta el investigador.

Esta maravilla labrada en la montaña necesita sus cuidados, pero cada vez hay menos personas con los conocimientos suficientes para mantener las acequias limpias.

Un acequiero para «sembrar agua»

Antonio Ortega es un acequiero de la zona y presidente de la Comunidad de Regantes de Bérchules. Tiene 58 años y gran parte de su tiempo lo dedica a «sembrar el agua». De sus palabras se desprenden trazas de la dureza que supone su curiosa dedicación, montaña arriba y montaña abajo. Que llueva, por poco que sea, es su mayor deseo porque unos pocos litros de agua son capaces de ponerlo todo en marcha.

El sapo partero bético, una especie amenazada, utiliza estas acequias como «puntos de reproducción».

Cuando se acerca el deshielo, los acequieros deben tenerlo todo limpio y las compuertas de piedra de las acequias preparadas para empezar a sembrar. El objetivo es convertir la montaña en una gran esponja llena de agua que se utilizará cuando abajo sea necesario, normalmente en los meses de verano. El agua se dirige a propósito hacia una sima o pradera en cumbres altas y desde ahí empieza su canalización. El objetivo es retrasar la caída del agua lo máximo posible, razón por la que las acequias tienen una pendiente muy suave que da como resultado un agua cristalina. Esto es esencial para que los brazos de agua «no revienten» por culpa de la maleza. «El agua tiene que ir suave y eso es un juego de compuertas. Si el agua va turbia, tapona los poros de la tierra».

Se recarga el acuífero justo cuando más falta le hace.

Cuando el río se queda seco en agosto, se empieza a utilizar el agua de las acequias para que los cultivos prosperen. «Aguas arriba es donde hay que hacer el trabajo grande», comenta Antonio, que durante muchos años se dedicó a la construcción, pero abandonó ese sector cuando entró en crisis. Volvió al campo a seguir los pasos de su padre.

«En el momento en el que el agua empieza a salir por zonas más bajas se incrementa el caudal de los arroyos de los ríos de media y baja montaña, de las fuentes de los pueblos. Es una obra de ingenio del tiempo de los árabes impresionante», explica Barea. «Se recarga el acuífero justo cuando más falta le hace».

Vistas de Sierra Nevada en invierno.

En Bérchules las aguas de careo riegan unas 80 hectáreas, calcula el agricultor, hay una red de 40 kilómetros de este tipo de acequias y todavía podría haber más, si se siguen recuperando. El proyecto Adaptamed ha ayudado a recuperar ocho kilómetros de los 841 que tiene toda Sierra Nevada.

¿Qué pasaría si esta red de acequias no existiera? «Si esto no existiera el aprovechamiento del agua sería mucho menos eficiente y estaría mucho menos optimizado. Porque las acequias ralentizan y distribuyen el curso del agua. Además, son autopistas de biodiversidad», señala el zoólogo. El sapo partero bético, una especie amenazada, utiliza estas acequias como «puntos de reproducción».

Un ejemplo de gestión de espacios a imitar

Las acciones de Life Adaptamed buscan ser una experiencia demostrativa que pueda llegar a imitarse en otros lugares que necesiten soluciones similares. «Acequias de careo solo hay aquí, pero redes de acequias que se pueden gestionar con estos sistemas hay en más sitios. Y las acequias se pueden construir», explica el investigador del CSIC Luis Santamaría. «Es una solución que en principio es extrapolable a cualquier sitio donde se construya, como se hizo aquí originalmente».

Este proyecto de gestión adaptativa demuestra que se puede ayudar a la regeneración forestal trabajando la infiltración de las laderas, «que es algo que en general se hace poco», recuerda Santamaría. «Se pueden hacer acequias o buscar otras técnicas para favorecer la infiltración». «Es una solución muy original que se ha explorado poco».

Fuente: Eldiario.es

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