Finca de las Torcas, Prealpujarra. Marianne Hilgers es la mujer de ochenta años que ha revolucionado la forma de vivir y trabajar en La Alpujarra. Llegó hace casi treinta años con sus cuatro hijos a la estéril finca de las Torcas, supo que debía aprender los usos tradicionales de laboreo de sus vecinos mayores, y aplicar lo que había aprendido con su abuelo. Aunque presume de que su abuela era andaluza, el periplo de su vida ha estado guiado por sus hijos y por la casualidad: Su primer marido murió en Alemania y buscó un lugar en la costa española donde resultara más fácil criarlos. Cuando llegó el turismo masivo Marianne volvió a empezar y compró tierra. No fue fácil. El vergel en el que nos disponemos a hablar sólo era un pedregal. Tuvo que recuperar la tierra fértil a base de paciencia y buen hacer, y otros quisieron aprender de ella. Hoy Marianne, Mariana, enseña agricultura dentro y fuera de La Alpujarra; formas para transformar y comercializar los productos, y en su finca ha creado una fundación en honor a su hijo muerto Michael Daiss para mantener y recuperar los principios de la vida rural ecológica. A sus espaldas tiene premios de agricultura españoles y europeos; también la consciencia de que La Alpujarra se abandonó durante una generación, y el objetivo claro de que el camino está en conseguir equilibrio entre economía y ecología al trabajar la tierra.
Chicharras y sol
Las chicharras cantan, el sol quema y apenas corre una gota de aire entre los árboles que ha plantado Mariana frente al porche donde estamos. Me doy cuenta que pese a su edad le queda mucho para ser anciana. Tiene manos grandes, acento entre andaluz y alemán, fuerza en la mirada y una forma tan segura de estar que salta a la vista que es un ser humano con los pies muy ubicados en la tierra. Durante más de dos horas me habla sobre La Alpujarra, de las acequias árabes y de los tubos modernos, de cómo devolver la fertilidad a la tierra cansada, de la comunidad de regantes, venta de derechos de agua, tierra y árboles, de por qué hacer un bancal y cuidado de la tierra fértil. Dice: “En la Alpujarra la población es una mezcla muy árabe. Las raíces árabes están en las costumbres y en la forma de vivir. Los primeros jardineros fueron los árabes. Los huertos son los jardines y Las Alpujarras son fruto de esta tradición y de estos conocimientos. Los alpujarreños abandonaron el paisaje; se fueron a la costa para trabajar, vendieron sus fincas y compraron tierras para los invernaderos. Ahora vuelve una población que quiere recuperar”.
Avanza la tarde y las chicharras cantan con más fuerza mientras me doy cuenta de por qué tanta gente me ha hablado de esta mujer con el respeto que crea lo espiritual. “Mi abuelo me llevaba al campo, de él aprendí mucho; aprendí a ser uno con la tierra pero para eso es necesario que te unifiques con ella, que contemples la vida como una unidad y al ser humano como parte de todo. Hemos olvidado el origen de todo. Hemos olvidado de dónde venimos porque ya no somos los antiguos. Hemos perdido nuestro hilo y nuestras raíces. La gente de ciudad aún está más lejos; también los que vivimos en el campo tenemos otras necesidades que en los 3000 años anteriores no tenían. Pero hoy no podemos vivir sin los antepasados. Necesitamos el puente que nos une a ellos pero no podemos volver. No es nuestra evolución. Existe el desarrollo y la evolución. La evolución es mental y espiritual. Dentro del desarrollo está la evolución, si lo separas es una catástrofe. Hoy tenemos tanto problema porque hay una industrialización de los cultivos. Podemos tener nuestras empresas y nuestros campos pero hemos de saber que nuestros campos son algo más que una industria. Lo hemos olvidado. Alimentamos nuestras tierras también con la espiritualidad. Cuando haces compost, haces algo material pero entregas todos los sentimientos. La antropología es la ciencia de la humanidad; somos como plantas: Tenemos nuestras raíces y también tenemos nuestro contacto con el espiritual. Sin razón y sin espiritualidad no es un ser humano. Tenemos nuestros sentidos y sentimos nuestro contacto con el universo.»
Cuando le pregunto qué le enseña la tierra ella me contesta: «Somos tierra donde nacen las semillas, y nuestros hijos son frutos de la semilla. Si no amas y cuidas la tierra no te da frutos. La tierra es donde nace todo. La tierra me ha enseñado que no soy nada sin ella porque soy una parte de ella. He nacido de ella y al morir regreso a ella. »
Texto: Elena García Quevedo.
Fotos: Carlos Pérez Morales.
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