El jardín islámico, identidad normanda en la Conca d’oro de Palermo

Aurora Ferrini – FUNCI

En la zona central del Mediterráneo se encuentra una isla, de unos 25.711 km², cuya importancia se remonta a hace milenios. Su posición estratégica le ha acarreado un rol histórico fundamental, sobre todo en lo relativo a las rutas marítimas hacia el Mediterráneo Occidental, como escala para numerosas expediciones. Por Sicilia pasaron, entre otros, micénicos, chipriotas, fenicios, púnicos, griegos, romanos, bizantinos y los que más nos interesan a nosotros: musulmanes y normandos. Palermo permaneció bajo dominio musulmán desde su conquista, en el 831, hasta bien entrado el siglo XI, fecha de la llegada normanda a la capital Balarm (Qaṣr al-qadīm en las fuentes islámicas), actual Palermo.

En el 831, Palermo pasó a ser la capital del dar al-islam de Sicilia y, al poco tiempo, la dinastía aglabí se estableció en la ciudad, en su antiguo núcleo fortificado de origen púnico, aunque la época de mayor esplendor la alcanzó con la dinastía kalbita, cuyo gobierno había sido encomendado a los fatimíes de Ifriqiya a mediados del s.X. El periplo terminó en el año 1072, con la irrupción en la ciudad los normandos guiados por Roger I, aunque no sería sino hasta 1130 cuando Roger II se proclamara “rey de Sicilia”. Por entonces, según Ibn Hawqal, Palermo poseía alrededor de 300 mezquitas de las cuales no se ha conservado ninguna, al margen de alguna reseña histórica.

Lago del Castillo de Maredolce o de la Favara (s. XII).

Los inicios de una revolución agronómica

La zona de la llanura donde se asentó la ciudad conocida, en época islámica, como Balarm, pasó a denominarse Conca d’oro a partir del s. XVI. Un nombre escogido dada su riqueza cultural y natural. Desde la Antigüedad, la llanura palermitana fue un lugar de síntesis cultural, de biodiversidad e innovación agronómica. El paisaje se enmarca entre el mar Tirreno y las montañas. Una escenografía teatral de exuberante belleza natural.

En el 831, Palermo pasó a ser la capital del dar al-islam de Sicilia y, al poco tiempo, la dinastía aglabí se estableció en la ciudad, en su antiguo núcleo fortificado de origen púnico.

Esta peculiaridad fue evidente también durante el dominio islámico. De hecho, en el s.IX, Al-Wâquîdi incitaba a los comandantes musulmanes a la conquista de “una isla fértil de copiosas fuentes y estupendos árboles frutales” (Amari, 1880-1881). Giuseppe Barbera (2007, 14) sostiene que los primeros que llegaron a la isla en el 830 no fueron soldados, sino pastores nómadas de origen islámico, agricultores empobrecidos que habitaban los márgenes de los desiertos africanos y pequeños campesinos huidos de la península ibérica atraídos por el topos del paraíso coránico que debía constituir la isla. Circula el mito de que los musulmanes de Sicilia llevaron a cabo una verdadera “revolución agrícola” con la introducción de nuevas técnicas, nuevas especies (naranja amarga, limón, lima…), y mejoras en la gestión de las reservas hídricas.

Rocco Lentini, Reconstrucción ideal del Palacio de la Zisa, 1935.

Más que una revolución estamos ante un proceso de sincretismo cultural entre los saberes locales y los aportados por los musulmanes. Un patrimonio material e inmaterial que anclaba sus raíces en la tradición clásica griega, púnica y romana. Pero las bases científicas que emplearon pueden ser rastreadas hasta al-Ándalus. En Córdoba, Toledo y Sevilla existieron importantes escuelas agronómicas, creadas a raíz de la traducción de textos geopónicos griego-bizantinos, latinos y mesopotámicos. El jardín califal, distinguido por su variedad y riqueza natural, es el producto de estos conocimientos y experiencias. Este saber, en forma de textos, llegó posteriormente hasta Sicilia.

Los mejores representantes de estas escuelas andalusíes, en su camino a la Meca, visitaban Palermo trayendo e importando diversas innovaciones. De esta forma, los científicos desarrollaron nuevas técnicas de cultivo e introdujeron nuevas especies botánicas y nuevas concepciones paisajísticas.

La “Conca d’oro”, un paisaje multicultural

Desde el inicio hemos querido hacer hincapié en la naturaleza multicultural de la isla y la voluntad de integrar y asumir los sistemas culturales anteriores, una tendencia patente hasta la actualidad. No hay que olvidar que Palermo es uno de los puntos de mayor afluencia de migrantes que optan por la ruta marítima a la hora de alcanzar las costas del Mediterráneo europeo. Los normandos no fueron ajenos a estas circunstancias, sino que, entre los reinados de Roger II y Federico II, mantuvieron y desarrollaron la tendencia multicultural tan característica de la cultura islámica. Eran conscientes del sustrato en el que iban a tener que gobernar. Debían legitimarse, y para ello adoptaron usos y costumbres islámicas, pero también propias de los bizantinos, quienes habían dominado anteriormente y contemporáneamente a los musulmanes en la isla.

Los mejores representantes de estas escuelas andalusíes, en su camino a la Meca, visitaban Palermo trayendo e importando diversas innovaciones.

Durante el dominio normando, en la denominada “Conca d’oro”, encontramos un paisaje de vegetación prolífica, común a lo encontrado en la vega de Granada o la huerta de Murcia y de Valencia, y que se define por la eficiencia ecológica. Es decir, que hay una clara voluntad de mantener la herencia islámica. De hecho, como describe Giuseppe Barberá (2007, 23) en su artículo Parchi, frutteti, giardini e orti nella Conca d’oro di Palermo araba en normanna, “es bastante probable que en un territorio desde hace mucho tiempo habitado y explotado como la llanura palermitana, los mejores sitios, aquellos cercanos a fuentes de agua, sobre los cuales luego se situarán los palacios normandos, hayan sido antiguos asentamientos islámicos”. Reforzando esta teoría, el Castillo de la Favara se ha vinculado al palacio Qasr/ a far, ocupado posteriormente por Roger I (1071).

Palacio de la Zisa.

Coexisten en el mismo territorio los jardines de la aristocracia, junto con los campos de cultivo y otras zonas boscosas. A pesar de esta división tipológica, encontramos una continuidad funcional entre los espacios. Los jardines aristocráticos no eran un lugar exclusivo de esparcimiento, sino que también funcionaban como espacio de producción agrícola, de control y distribución del agua, así como para el disfrute de la actividad de la caza. Estos jardines se caracterizaban por el cultivo de flores y árboles frutales, la construcción de canales y lagos y la disposición de pabellones de placer.

La monarquía normanda era conocedora de la imagen de fuerza y de dominio que se deriva del control de la naturaleza, sometida al capricho humano para satisfacer los deseos de placer y lujo.

“Palacios de placer”: los jardines y parques suburbanos de Palermo

El jardín aristocrático no aparecía aislado, sino vinculado a una estructura arquitectónica suburbana denominada, según Lina Bellanca (2015: 5), “palacio de placer”, cuya configuración se ve determinada por el jardín islámico. Se puede observar una clara influencia fatimí en las formas arquitectónicas escogidas, pero también en el diseño de parques y jardines, que hunde sus raíces en el agdal, término de origen amazigh que hace referencia un espacio verde suburbano privado, cercado y dotado de una alberca, o buhayra, “mar pequeño”, que hace referencia a la característica amplitud de los estanques que se empleaban para regar las huertas-jardines. De hecho, Roger II, Guillermo I y Guillermo II se sirvieron de jardineros y arquitectos islámicos para su construcción.

La monarquía normanda era conocedora de la imagen de fuerza y de dominio que se deriva del control de la naturaleza, sometida al capricho humano para satisfacer los deseos de placer y lujo. Con este fin, los monarcas Roger II y Guillermo I y II edificaron los ”palacios de placer”, de acuerdo con las investigaciones de Lina Bellanca (2015, 5), cuyos paralelos más cercanos se encuentra en España. Ambos territorios tienen ese pasado islámico común.

Barberis. Qubba o pequeña Cuba (1892). Xilografía.

El modelo seguido por estos jardines sigue el siguiente esquema: por lo general se sitúan en espacios externos a la ciudad, en una posición panorámica, dotados de una cerca y un centro formal. El diseño geométrico interior se reparte por medio de canales de agua bordeados de flores, en cuyas intersecciones se aprovecha para poner fuentes o albercas, algunas tan grandes que se denominan “lagos”. En el centro de algunos de estos estanques se ha llegado a documentar la existencia de pequeños islotes. La superficie del agua actuaba a modo de espejo que reflejaba los grandes edificios vinculados a los espacios abiertos.

En el caso del Castillo de Maredolce, también conocido como la Favara, la huella fatimí es más que evidente en las formas y las técnicas constructivas. Mientras que en el jardín nos encontramos con un esquema cuadripartito que nos transporta directamente al agdal o al chahar bagh persa. La Favara mantiene, todavía, la morfología de este tipo de jardines. De frente al palacio, a día de hoy, se conserva la amplia cuenca hídrica (conocida como “pequeño mar”) donde se alzaba un pequeño islote destinado al cultivo de cítricos, y parte del sistema de irrigación propio de la tradición islámica.

En una miniatura de 1198 del Liber ad honorem de Pietro da Eboli se puede observar una torre alta en torno a la cual se representan palmeras, vides, árboles frutales, pájaros y animales salvajes. En la miniatura, el lugar aparece nombrado como Viridarium Genoard, cuya etimología nos remite en árabe a jannat al ard, “paraíso en tierra”. Posteriormente, en el siglo XIII, en las fuentes históricas y en la obra de Bocaccio, pasaría a nombrarse la “Cuba” (1189), haciendo referencia al pabellón de planta cuadrangular que se alzaba en medio de la alberca del jardín donde abundaban los peces y que estaba coronado por una cúpula, o qubba, en árabe. Aparte del cultivo de árboles frutales (en especial, melocotoneros) y arbustos como el laurel, se criaban animales salvajes.

Si vemos en conjunto todos estos palacios suburbanos, con sus respectivos jardines, como el de la Zisa o la Torre Alfaina (Cuba soprana), nos percatamos de que realmente constituyen los restos supervivientes de un gran parque. No eran palacios aislados sino que, a pesar de su aspecto privado, creaban una continuidad, gracias a la gran masa vegetal que conformaba el paisaje.

La configuración del paisaje palermitano es fruto de un sincretismo cultural tal que la práctica historiográfica no ha tenido otro remedio que referirse, en numerosas ocasiones, a la cultura normanda en Sicilia como árabe-normanda.

Conclusión

La configuración del paisaje palermitano es fruto de un sincretismo cultural tal, que la práctica historiográfica no ha tenido otro remedio que referirse, en numerosas ocasiones, a la cultura normanda en Sicilia como árabe-normanda. Es imposible entender el paisaje urbano de la ciudad de Palermo entre los siglos XI-XIII sin prestar atención al patrimonio material e inmaterial heredado de las poblaciones musulmanas, llegadas a la ciudad a partir del s.IX.

Cuando desembarcaron en la isla, los normandos quedaron impresionados ante los frondosos jardines con sus frutas, flores, árboles y plantas… Para imponerse en la ciudad necesitaron del sometimiento a la cultura vigente, con el fin de legitimarse en el poder como la dinastía sucesiva. El medio más eficiente que hallaron para alcanzar este objetivo era el de apropiarse de la cultura precedente, de sus conocimientos y modos de representación. No solo supieron apreciar la cultura islámica, sino que acabaron por hacerla suya, inaugurando un arte donde el jardín islámico jugó un papel fundamental en la representación de la dominación normanda.

Bibliografía

Amari, M. Biblioteca, arabo-sicula. (Torino-Roma: Loescher, 1880-1881).

Bellanca, Lina. Monumenti normanni: sollazzi e giardini (Palermo: Regione Siciliana Assessorato dei Beni culturali e dell’Identità siciliana, 2015).

Barbera, Giuseppe. “Parchi, frutteti, Giardini e orti nella Conca d’oro di Palermo araba e normanna”, Italus Hortus, 14 (4) (2007).

Nef, Annliese. A companion to medieval Palermo. The History of a Mediterranean City from 600 to 1500 (Brill, 2013).

Santoro, Franceso. “I giardini di delizie arabo-normanni nella Conca d’Oro a Palermo”, Bioarchitettura, 56 (2009).

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