La mariposa monarca (Danaus plexippus) se caracteriza por su capacidad de resiliencia y migración. Cada año, en un viaje que se extiende a través de cuatro generaciones, se traslada desde México hasta Canadá. La singularidad de la duración de este viaje condujo al reconocimiento de la reserva de la biosfera de esta mariposa, al noroeste de Ciudad de México, como patrimonio de la Humanidad en el año 2008. No obstante, a pesar de ser una especie propia del continente americano, también es una de las pocas especies de insecto capaz de realizar travesías transatlánticas, por lo que puede encontrarse en el Sur de España, las Islas Canarias y el norte de África, donde está fuertemente asociada a su planta nutricia, Asclepias curassavica, o algodoncillo. Este artículo de El Ágora alerta sobre el importante descenso de su número y los esfuerzos llevados a cabo en América del Norte para paliarlo. Estos esfuerzos deberían igualmente implementarse en las regiones magrebíes y del Sur de Europa donde se encuentra este lepidóptero.
Es una de las aventuras más curiosas e incomprendidas del mundo animal. El viaje que la mariposa monarca, una bella cosita alada que pesa medio gramo y mide menos que una tarjeta de crédito, hace cada otoño de un lado a otro de Norteamérica: desde Canadá y el noreste de Estados Unidos hasta las montañas del centro de México. Una epopeya de 5.000 kilómetros. El road trip definitivo.
Cuando los días se empiezan a acortar y bajan las temperaturas, las mariposas monarcas, muchas de las cuales viven, por ejemplo, en Central Park, se suben a las corrientes de aire del otoño y parten hacia el sur. En su viaje por las llanuras centrales de Estados Unidos pueden cubrir hasta 150 kilómetros al día.
Una vez en México, se arremolinan a millones en las ramas de oyameles o abetos sagrados, cuyo follaje las protege de temperaturas extremas. Los árboles quedan totalmente cubiertos, alfombrados por unos 500 millones de pequeños abanicos de color naranja y negro, con puntos blancos. Son sus cuarteles de invierno y allí descansan unos meses. Después el clima se calienta. Es hora de volver. Las mariposas despegan hacia Texas y otros estados sureños, donde se atiborran del néctar de las asclepias, se aparean y depositan en las flores sus brillantes huevecillos.
Luego prosiguen la heroica ruta hacia el norte y se aparean en otros lugares ricos en este tipo de flor carnosa, también conocida como algodoncillo. A partir de aquí, sin embargo, su pista empieza a volverse difusa. Los científicos estiman que las mariposas tardan cuatro o cinco generaciones, de entre cinco y sietes semanas de vida cada una, en volver a las regiones originales del norte.
Y aquí está, además del hecho de que es la única mariposa migratoria, lo interesante: en el viaje al norte las mariposas se van muriendo y las reemplazan sus retoños, varias veces. Pero luego, la generación que en invierno emprende ese peregrinación de 5.000 kilómetros hasta México, es mucho más longeva. Puede vivir hasta ocho meses: cinco o seis veces más que sus descendientes.
Según la reconstrucción que ha hecho National Geographic, los observadores de la mariposa monarca aún no saben exactamente por qué se da esta diferencia. Una hipótesis es que, durante el largo vuelo hasta México, esos millones de mariposas evitan un parásito llamado OE, que se acumula a finales del verano. Eso le permitiría vivir el tiempo suficiente para completar el periplo.
En el viaje al norte las mariposas se van muriendo y las reemplazan sus retoños, varias veces. Pero luego, la generación que en invierno emprende ese peregrinación de 5.000 kilómetros hasta México, es mucho más longeva.
El número de mariposas monarca en riesgo
Lo que ahora tiene a los científicos preocupados, sin embargo, es el claro descenso en el número de mariposas monarcas. El Gobierno de México ha dicho que la cantidad de ejemplares que pasaron allí el invierno se redujo un 26% entre 2019 y 2020. Si volvemos aún más atrás en el tiempo, el contraste es radical: en 2018 las mariposas monarcas, que cubrían seis hectáreas de bosque en el centro de México, representaban apenas un tercio que las que se podían contar en 1990.
Las razones, como explican los expertos, son complejas, pero la fundamental parece ser la siguiente: las plantas de las que se alimentan las mariposas monarcas son cada vez más escasas. Y esto les impide acumular la grasa necesaria para aguantar el viaje. Como consecuencia, más mariposas que nunca se quedan por el camino.
Muchas de las plantas perennes de las que viven estos insectos son poco apreciadas por los seres humanos, especialmente por los granjeros. El trayecto de las mariposas monarcas pasa por estados agrícolas como Iowa, Kansas y Oklahoma, donde la mano del hombre prepara los terrenos para cultivarlos o poner al ganado en ellos. Cuando las mariposas paran a repostar, muchas veces no encuentran suficiente comida.
Las razones, como explican los expertos, son complejas, pero la fundamental parece ser la siguiente: las plantas de las que se alimentan las mariposas monarcas son cada vez más escasas.
El calentamiento global, como no podía ser de otra forma, puede tener algo que ver. El pasado febrero Texas fue víctima de una ola de frío ártico que paralizó parte de sus infraestructuras y dejó más de 200 muertos. El manto de aire gélido podría haber matado parte de la vegetación querida por las mariposas. La intensidad del calor en verano y la sequía del sureste de EEUU también dificultarían los movimientos.
La Acción Tribal Medioambiental para las Monarcas
Los amantes de las monarcas han tomado nota y quieren poner freno a esta tendencia. Una de las iniciativas más originales está liderada por Jane Breckinridge, ciudadana de la Nación Muscogui, una tribu nativoamericana que vive desde hace más de un siglo en Oklahoma.
Jane Beckinridge, cuyo marido tiene una granja de mariposas, cuenta al periodista Nick Martin, en The New Republic, que empezó a interesarse por la conservación de esta especie hace una década. La pareja se mudó a Oklahoma, donde ella había pasado su niñez, y terminó levantando su propia granja de cría. Poco a poco Beckinridge empezó una tarea de divulgación sobre la mariposa monarca, sobre todo enfocada a las escuelas. En una ocasión invitó a hablar a uno de los mayores expertos en el terreno: Chip Taylor, insectólogo y autor del blog Monarch Watch.
Con el tiempo, Taylor y Beckinridge se fueron implicando más en el conocimiento y la protección de esta especie, y acabaron fundando TEAM (acrónimo en inglés de Acción Tribal Medioambiental para las Monarcas; team significa “equipo”). Su objetivo, dado el bagaje de Beckinridge y la ligazón de algunas tribus indígenas a la naturaleza, era formar una gran coalición nativoamericana dedicada a la cría, cuidado y conservación de este tipo de mariposas. Por ejemplo, consiguiendo las semillas de las plantas adecuadas, o construyendo invernaderos y túneles para la cría, o difundiendo la importancia de proteger esta especie, clave en el proceso de polinización.
Solo necesitaban dos cosas: contactos y ayuda del Gobierno federal. Lo primero se solucionó con 50.000 kilómetros de coche en tres años. Beckinridge en persona viajó por todo el estado, hablando con todos los jefes de las tribus y estudiando, de paso, las condiciones sobre el terreno para el bienestar de las mariposas. Desde la ventanilla observó extensiones inmensas de paisajes hostiles, aplanados por el uso intensivo de herbicidas o llenos de plantas foráneas e inadecuadas.
“Cada vez que estábamos ahí fuera, reuniéndonos con el liderazgo tribal, si decías, ‘las monarcas están en problemas, sus números se están desplomando’, decían, ‘OK, ¿que tenemos que hacer?’”, recuerda Beckinridge. “Nunca era ‘¿por qué?’”.
“Cada vez que estábamos ahí fuera, reuniéndonos con el liderazgo tribal, si decías, ‘las monarcas están en problemas, sus números se están desplomando’, decían, ‘OK, ¿que tenemos que hacer?’”, recuerda Beckinridge. “Nunca era ‘¿por qué?’”.
El segundo desafío, el dinero federal, también acabó llegando. Según el artículo, Beckinridge se ganó la admiración de Chip Taylor escribiendo astutas peticiones de becas y subsidios de las agencias gubernamentales de protección del medio ambiente. En 2015 consiguieron un cuarto de millón de dólares.
Desde entonces, TEAM dice haber plantado unos 50.000 algodoncillos y 30.000 flores silvestres, de manera que las mariposas monarcas puedan detenerse a repostar en medio de sus largos, exigentes viajes. Además, Beckinridge ha creado en su granja un banco de semillas para el futuro.
Otra señal de esperanza es que, la proliferación de algodoncillos en las grandes ciudades, actúa como campo de atracción de las polinizadoras. Un estudio de 2019 calculaba que el cultivo de esta planta podría hacer de las aglomeraciones urbanas como Nueva York un santuario de los lepidópteros.
El caso de las mariposas monarcas recuerda al de las aves migratorias de EEUU, que en el verano de 2020, durante la peor época de incendios jamás registrada, empezaron a caer del cielo como en un capítulo de la Biblia. La razón no estaba del todo clara. Probablemente, según las declaraciones de una bióloga a The Guardian, se desplomaron por agotamiento. Los incendios habían devorado o afectado parte de los ecosistemas donde los pájaros paran a comer y reponer energías.
Estas mariposas no son exclusivas de Norteamérica. El norte de África o Nueva Zelanda también tienen sus enjambres, pero no son enjambres viajeros. Esos existen únicamente en los soberbios territorios de Estados Unidos y México. Millones de abanicos de colores, más pequeños que un DNI, a los que la bofetada del clima y los herbicidas amenazan con estropearles el road trip.
Fuente: El Ágora
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