Uno de los frutos que aparecen en los floridos poemas dedicados a los jardines y la naturaleza, es el membrillo. Así dice este poema de El Moshafi, del siglo X:
“Es de color amarillo, como si llevase una túnica de narcisos, y huele como el almizcle de penetrante aroma.
Tiene el perfume de la amada y su misma dureza de corazón; pero tiene el color del amante apasionado y macilento.
Su palidez es un préstamo de mi palidez; su olor es el aliento de mi amiga.
Cuando se irguió fragante en la rama y las hojas le habían tejido manos de brocado,
Extendí mi mano suavemente para cogerlo y colocarlo como pebetero en el centro de mi sala.
Tenía un vestido de pelusa cenicienta que revoloteaba sobre su liso cuerpo de oro.
Y cuando quedó desnudo en mi mano, sin más que su camisa de color narciso,
Me hizo recordar a quien no puedo decir, y el ardor de mi aliento lo marchitó entre mis dedos”.
Fuente: La cocina de al-Andalus, Inés Eléxpuru (Fundación de Cultura Islámica). Alianza Editorial. Madrid 1994
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