Alepo es la ciudad habitada más antigua del mundo. Eso al menos afirman los alepenses, en apretada competencia con los habitantes de Damasco, y algunos que otros más de Oriente Próximo, que afirman exactamente lo mismo.
Pero no sería de extrañar. Alepo procede del árabe halab, leche. Según la tradición, fue en la ciudadela de Alepo donde Abrahán descansó durante su viaje a Palestina, ordeñando a sus rebaños y repartiendo la leche entre los necesitados. Se sabe que está habitada desde el segundo milenio a.C. Ya aparece en los archivos Hititas de Anatolia Central, así como en los de Mari (actual Tell Hariri), la ciudad junto al Éufrates, importante punto de las rutas comerciales, habitada por Acadios y Sumerios, a los que siguieron hititas, y en el 400 a.C., asirios y persas. En 333 Alepo fue tomada por Alejandro Magno, y después perteneció al imperio griego bajo la dinastía selyúcida.
Más tarde, en época de Cruzadas, Saladino protagonizó aquí algunas de sus gestas más audaces, que le llevaron a convertirse en sultán de Egipto, Nubia, Cirenaica, Yemen, Palestina y territorios de Siria.
Tanto peso histórico le presta a la ciudad de los olivos, los pistachos y el algodón, un semblante venerable y un sosiego, que ni siquiera la época socialista, pese al deterioro de sus grises barrios centrales, ha sabido difuminar. La medina es un apretado entramado de monumentos islámicos en su mayoría, mientras que los alrededores muestran una asombrosa concentración de yacimientos antiguos y restos paleo cristianos, como San Simeón, donde todavía se conserva la columna de piedra sobre la que el santo estilita se sentaba hasta que se mandaba a mudar, molestado por los curiosos que llegaban de todas partes.
Más tarde, en época de Cruzadas, Saladino protagonizó aquí algunas de sus gestas más audaces, que le llevaron a convertirse en sultán de Egipto, Nubia, Cirenaica, Yemen, Palestina y territorios de Siria.
El centro de Alepo está esencialmente formado de barrios residenciales, con viviendas de calidad, como el que rodea el hospital universitario, y del meollo comercial, en torno a la medina. Ésta forma un conglomerado de historia tan denso e intacto, que parece sacado de un relato de Ibn Batuta o Richard F. Burton. Toda la ciudad, absolutamente toda, hasta las barriadas populares y periféricas, viste el color de la piedra caliza con que está levantada. Nada de fantasías, colorines ni azulejos al estilo turco o magrebí. Aquí la sobriedad es norma, incluso en la vestimenta. Las mujeres, bellezas de tez pálida y ojos limpios, revisten a menudo un chador negro y un porte digno.
Palacios y mansiones
Los monumentos de la ciudad de la leche saltan a la vista y se recogen en las guías turísticas al uso. Sin embargo, hay otra manera de abordarla de manera más secreta: a través de sus patios y jardines. La mayoría sigue la tipología islámica intramuros y guarda con celo su intimidad, protegiéndose de la mirada ajena. Palacios, mansiones, mezquitas y jans (caravasares de origen otomano) abren sus puertas tan sólo a quienes buscan un poco de paz al azoco de sus patios. Inequívocamente ligados a la arquitectura, en este caso, de estilo ayubí, mameluco u otomano, se rodean de galerías, y están presididos por una fuente o un estanque rodeados de una vegetación doméstica y cuidada. A veces, como en los patios del Bimaristán Arghan (hospital psiquiátrico del siglo XIV), el agua y la piedra son protagonistas absolutos, con esas bellísimas fuentes que varían en forma y tamaño según cada espacio, y estaban destinadas a curar a los enfermos mediante el sonido, sacándoles de la cruel rutina de su encierro. Toda una lección de anti psiquiatría medieval.
Palacios, mansiones, mezquitas y jans (caravasares de origen otomano) abren sus puertas tan sólo a quienes buscan un poco de paz al azoco de sus patios.
Hermosos son también los patios de ciertos palacios, algunos convertidos en restaurantes u hoteles de lujo como el Mansuriya, de época Otomana y situado en la medina, o bien algunos del barrio cristiano (Alepo está habitada por un 30% de armenios cristianos), que acogen la vida cotidiana de los huéspedes o la familia, en un ejercicio de eso que hoy se ha dado en llamar -como si fuera algo nuevo- convivencia intercultural.
Sin embargo, el pulmón verde de Alepo no es de estilo islámico sino de principios del siglo XX, y de debe a los franceses, que crearon en época del Protectorado el parque público de Al Amma, rebosante de albercas y fuentes, árboles de gran porte, arriates en descuidado desorden y avenidas transitadas. En él, MED-O-MED está trabajando para la creación de un jardín botánico de estilo andalusí, desde un punto de vista paisajístico, botánico y pedagógico, en memoria de un pasado hispano-sirio compartido durante siglos.
Texto y fotos: Inés Eléxpuru – El País
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