Ojós, Valle de Ricote. Murcia. Pepe Lozano vive en una vieja casa al otro lado del palmeral desde donde se domina el Valle: Las palmeras se alzan entre huertas de frutales y áridas montañas granates. No ha sido fácil llegar hasta aquí. Pepe se levanta con el canto de los gallos y a veces vuelve con la fresca; no tiene teléfono, ni reloj, ni timbre. Pepe es el último palmero de Ojós; un hombre enjuto, leído, que se mueve con la rapidez de una ardilla y se apasiona cuando habla. “Si hay treinta palmeras cada una es diferente. Algunas tienen pasas que te pueden durar cuatro años y otras higos secos. Las palmeras las trajeron los árabes; fueron los primeros palmeros”. Sin embargo, Pepe me hace ver que en el Valle de Ricote hay muchas palmeras descuidadas, olvidadas, quemadas. “Todos los barrancos estaban llenos de palmeras. Las palmeras de aquí se han seleccionado durante siglos y ya están adaptadas, pero ahora ponen palmeras de fuera”.
Rodeado de gatos y perros Pepe, a sus más de sesenta años, habla sobre los abuelos y sobre cómo arreglar los dátiles, acerca de cómo las abejas enseñan a reconocer las mejores palmeras y por qué dejó de recoger dátiles; pero también sobre norias, aperos y frutos, sobre las fibras de la tierra y cómo usar el esparto. Para Pepe el Valle de Ricote no sería el mismo sin las acequias árabes que le esculpen. Escuchar a Pepe es aprender en cada rato.
Cuando le pregunto qué le enseñan la tierra y las palmeras acierta a decirme: «Ahora hay plagas, no hay pájaros y eso te dice que algo no funciona bien. Si se pasa el verano sin tormenta es una forma de hablar la tierra… El futuro de las palmeras está ligado al nuestro. La vida de las palmeras depende de nuestra vida. Todo está relacionado. No le veo futuro a las palmeras si nosotros no cambiamos de vida, si nosotros no hacemos la paz con la tierra.”
A la puesta del sol, junto al Segura, apenas equipado con alpargatas y vaqueros, Pepe coloca su cintura entre las cuerdas y sube al instante: Un hombre ardilla en el desierto.
Texto: Elena García Quevedo.
Fotos: Carlos Pérez Morales.
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