Uno de los valores principales que justificaron la inclusión del paisaje de la Serra de Tramuntana en la lista de Patrimonio Mundial fue el del intercambio de conocimientos y técnicas agrarias entre la cultura islámica y la cristiana que refleja su paisaje. Mallorca, situada a medio camino entre Europa y África, está en la encrucijada de los caminos culturales del Mediterráneo. La sucesiva sedimentación de cada una de estas culturas en forma de capas se refleja también en la forma de ocupar el territorio y aprovechar los recursos escasos y limitados que una isla como Mallorca ofrece.
En el momento de la ocupación islámica (en el año 902 dC), Mallorca era un territorio prácticamente despoblado. Los llamados “años oscuros” entre la dominación romana y la islámica permitieron la recuperación del medio natural después de diferentes períodos en los que hubo una gran presión antrópica sobre los recursos naturales de la isla, sobretodo en la época talayótica. Los conquistadores islámicos de Mayurqa plantean, de este modo, un modelo de ocupación territorial importado de sus lugares de origen sin condicionantes previos. En Mayurqa se establece un modelo territorial basado en la creación de un núcleo urbano principal, como es Madina Mayurqa, y el establecimiento de territorios clánicos en el resto de la isla en los que las diferentes tribus o clanes construyen, alrededor de sus alquerías y rafals, espacios de regadío fundamentados en la captación y transporte del agua mediante el uso de la técnica del qanat y la adecuación de bancales para el establecimiento de huertas.
Los trabajos de geógrafos, historiadores y arqueólogos (Guillem Rosselló Bordoy, Maria Antònia Carbonero, Miquel Barceló, Ricard Soto, Helena Kirchner, Magdalena Riera…) sobre los espacios irrigados de origen andalusí en Mallorca demuestran como la explotación agraria del territorio se realiza de forma planificada creando unidades de producción alrededor de un sistema hidráulico bien diseñado para aprovechar al máximo el agua para el regadío y el movimiento de molinos. De este modo, cada uno de los clanes era autosuficiente para producir sus propios alimentos, y obtener a cambio el dinero con el que pagar los tributos, exigidos en moneda. El territorio boscoso original, utilizado como pasto para la ganadería extensiva fue salpicado pues con islas de regadío que producían una gran variedad de hortalizas que abastecían a las familias y permitían obtener ingresos económicos.
En la Serra de Tramuntana, la zona de la isla en la que los manantiales y fuentes naturales son más importantes, estos espacios irrigados son especialmente interesantes. La ubicación de los puntos de captación de agua y el diseño posterior de las parcelas irrigadas es la que condiciona la ubicación de las alquerías y rafals, siempre por encima de las acequias para no perder parcelas irrigadas. Los fondos de valle y las laderas son pues trabajadas intensamente cerca de los puntos de captación, a través de bancales, para adaptar la topografía original al sistema hidráulico planificado. La ocupación cristiana de la isla, a partir del año 1229, no supondrá una ruptura estructural del modelo de ocupación agraria islámica, si bien el modelo feudal impone sus reglas –diferentes al modelo tribal islámico- a través de la expansión del cultivo del trigo y del olivo en bancales, debido a la especialización de la isla en estos productos para la exportación.
La ubicación de los actuales núcleos de población en la Serra de Tramuntana se basa en las antiguas alquerías musulmanas, de modo que la configuración territorial posterior tiene su raiz en la estructura islámica original en la mayoría de casos. El paisaje agrario y rural actual de la Serra de Tramuntana mantiene así la huella de los pobladores islámicos, que supieron establecer un uso inteligente del agua para aprovechar al máximo el territorio. Así lo demuestra la enorme cantidad de elementos hidráulicos herederos de esa época que aún hoy constituyen el verdadero ADN del paisaje de Tramuntana.
Jaume Mateu lladó
This post is available in: Español