El agua y la medicina en al-Andalus

Para el médico y visir granadino Ibn al-Jatib (s. XIV), «el agua es uno de los pilares del cuerpo», según manifiesta en su Libro de higiene. Dos siglos antes, otro famoso médico y filósofo de Córdoba, Ibn Rušd (Averroes), establece la mejor clasificación del agua para beber:

Por lo que respecta a las aguas, es la mejor la procedente de fuentes de suelo de polvo y las de manantial y orientadas al este, las aguas dulces y cristalinas, insaboras e inodoras, y, también, las  aguas claras y con poco peso. Si no las hubiere, se ingerirán aguas dulces procedentes de los grandes ríos y a las que no se les haya mezclado agua procedente del deshielo o de lluvia. En suma, este es el conjunto… de aguas que se consideran de buena calidad con el fin de conservar la salud [1].

En al-Andalus los médicos, auténticos polígrafos, practicaron esencialmente una medicina preventiva, la única que podía proporcionar al hombre una vida equilibrada. Ibn al-Jatib se quejaba, en su obra mencionada, al hablar del «arte de la medicina» que se ejercía entonces:

… Los tratamientos son numerosísimos y también sus tratados, son múltiples sus propósitos y variedades. Sin embargo, la frase “conservar la salud constante y reservarla de los caminos del descuido”, se menciona en pocos de ellos y en  escaso número. Si se juzgase con equidad, la conservación  de la salud sería el  primer  cuidado entre todas las cosas, la declaración y expresión más auténtica, porque si su propósito se realizase y se llevase a cabo su prescripción, rara vez se temería la  enfermedad [2].

Una buena prueba de esa preocupación preventiva son las frecuentes recomendaciones sobre las comidas y las bebidas, que los médicos andalusíes prescribían a los pacientes, según sus edades y peculiaridades biológicas, inaugurando así todo un sistema de dietética para la buena conservación de la salud y de las facultades. En la mayor parte de los tratados médicos de al-Ándalus hay una constante recomendación de comer lo más conveniente, y de beber el agua más depurada —aunque a veces también se hable del vino.

En este sentido, el tratado de Ibn al-Jatīb —médico, poeta, historiador y visir en la Granada nazarí—, que conocemos como Libro de higiene, cuyo título exacto es Libro del cuidado de la salud durante las estaciones del año, es un compendio completo de medicina preventiva y dietética, entendiéndose ésta como higiene y, a su vez, como una forma de vivir equilibrada y encaminada a la perfección a la que todo buen musulmán debe aspirar. Ibn al-Jatīb en ese contexto  higiénico-dietético señala cuáles son las clases de agua para las bebidas, determinando las mejores en calidad, así como cuáles son las mejores aguas para el baño, y cómo debe realizarse éste. Entre las aguas para beber indica:

La mejor es la de fuente de tierra cálida y de curso continuo y, entre estas, la de fuente de polvo arcilloso es mejor que la de tierras pétreas. También son buenas las que proceden de fuentes con mucho curso de agua y mucha fluidez, orientadas al este y alejadas de su nacimiento. Igualmente son buenas las que proceden de zonas altas y tienen sabor dulce, poco peso, son insaboras e inodoras, de fácil digestión y de cocción rápida.

Mezquita Qarawiyin, Fez (Marruecos). © Inés Eléxpuru

En cuanto a la escala de valoración de las demás aguas, selecciona en primer lugar las aguas de lluvia, especialmente las de lluvia de verano y después las de tormenta, que pueden mejorarse con la cocción (con lo cual nos enteramos que los andalusíes tomaban el agua hervida).

Baños privados del palacio de la Alhambra, Granada (España). © Inés Eléxpuru

Considera peor las aguas de pozo, y nocivas las que fluyen por conductos de plomo, las enfangadas y las amoniacales. Las aguas procedentes del deshielo pueden ser bebidas si están  limpias. Las termales son recomendables a los ancianos y personas de complexión fría.

En relación con el baño, dice que es esencial para la conservación de la salud, pero depende de cada persona y su complexión. A las personas delgadas, secas y enflaquecidas, les conviene la humectación del baño, pero no la exudación. Las personas robustas, gordas, flácidas y flemáticas necesitan sequedad, evitando sumergirse en agua fría. Si el que toma el baño «acusa tristeza y adelgaza» (hoy diríamos, se deprime), es que ha tomado demasiados baños, y debe restringirlos. Añade que las principales ventajas del baño son que reblandece el cuerpo, abre los poros y elimina la suciedad. Curiosamente nos informa de algunas costumbres «higiénicas» de los andalusíes:

Sostienen otros que el baño proporciona al cuerpo los mismos efectos que el vino, es decir, alegría y goce, de ahí que observes cómo gran número de personas cantan cuando se bañan [3].

¡No sabíamos hasta qué punto pesaba sobre nosotros la herencia andalusí! Ibn al-Jatīb establece verdaderos tratamientos dietéticos, prescribiendo regímenes de comida y bebida según la complexión y la estación del año. En muchas ocasiones prescribe como bebida el hidromiel (agua a la que  se añadirá miel), ya que proporciona calorías. Esta costumbre de la hidromiel se remonta, en los primeros tiempos del islam, a la aplicación de la medicina del Profeta, pues según la  tradición, el Profeta Muhammad  tomaba miel mezclada con agua fría cada mañana y recomendaba su empleo:

«La miel es un remedio para cualquier enfermedad; el Corán es un remedio espiritual. Os recomiendo los dos remedios: la miel y el Corán».

Cherif Abderrahman Jah

Notas

[1] Ibn Rušd, Comentarios a Galeno, trad. cast. M. C. Vázquez de Benito, Salamanca 1987, p. 266.

[2] Ibn al-Jatīb, Kitāb alWusūl… Libro de Higiene, trad. cast. M. C. Vázquez de Benito, p. 34.

[3] Ibn al-Jatīb, ibidem, p. 149

This post is available in: English Español