En 1854, en plena expansión de Estados Unidos hacia el Oeste, el presidente estadounidense Franklin Pierce envió una carta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprar los territorios en los que estaban asentados. A cambio de esta compra, ofrecía a esta tribu crear una reserva en la que instalarles.
El siguiente vídeo reproduce la respuesta del jefe Seattle. Una carta contundente en la que, irremediablemente, aceptaba la oferta, a cambio de que “el hombre blanco” se comprometiese a respetar las tierras que estaban a punto de adquirir. Su carta es un hermoso alegato por el respeto de la naturaleza y el papel que el ser humano ocupa en ella (“la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que está ligado a la tierra”).
Su respuesta refleja una visión alternativa sobre el valor de la misma y la necesidad del ser humano de cuidarla, puesto que se encuentra en comunión con ella. Como afirma el jefe Seattle en su carta:
“Todos los seres comparten el mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre. […] Lo que les ocurra a los animales, pronto habrá de ocurrirle al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.”
La COP25 y la lucha contra el cambio climático
Este mensaje parece especialmente relevante en este momento, en el que el ser humano lucha de forma desesperada contra el cambio climático y la huella que su acción ha dejado sobre la naturaleza.
En este contexto, los próximos días 2 a 13 de diciembre, se desarrollará en Madrid la COP25, o Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Esta Cumbre, presidida por Chile e inicialmente programada para celebrarse en ese país, representa el último paso para la aplicación, en el año 2020, del Acuerdo de París de 2015. Dicho acuerdo constituyó un paso histórico en la lucha contra el cambio climático, al involucrar a una centena de países en un acuerdo vinculante, y proponer una serie de objetivos concretos y ambiciosos: los principales, fijar un límite a la emisión de gases contaminantes y establecer un sistema de financiación entre países, con el fin de evitar que la temperatura global de la Tierra aumente más de 1.5-2ºC con respecto a los niveles preindustriales para el año 2100.
El Acuerdo debe entrar en vigor en enero de 2020, con la activación por parte de los Estados firmantes de las medidas necesarias para que se cumplan los objetivos propuestos.
La importancia de la carta radica, precisamente, en la distinta visión de la naturaleza y de la relación del ser humanos con la tierra defendida por su comunidad.
Aunque estamos asistiendo a un loable y celebrado esfuerzo, la carta del jefe Seattle nos invita a reflexionar sobre el hecho de que este acuerdo diplomático se apoye sobre la misma aproximación a la naturaleza y a la idea de sostenibilidad que se ha mantenido hasta el momento. La importancia de la carta radica, precisamente, en la distinta visión de la naturaleza y de la relación del ser humanos con la tierra defendida por su comunidad. Al igual que ocurre con los principios enunciados por el islam (como explicamos en este breve cortometraje), su postura promueve un mayor respecto del entorno, consciente de la dependencia del ser humano del mismo y en el que la naturaleza ocupa un lugar primordial.
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