El agua es un elemento mágico e inspirador para todas las culturas. Su mera condición estética, maravilla: la transparencia y el brillo, su ausencia de color y de olor en un mundo fragante y cromático por definición. Su capacidad para la ductilidad y la adaptación; su docilidad. Esa mansedumbre que en ocasiones se convierte en fiereza.
Todos sabemos que nuestro cerebro es agua, agua que piensa, como diría nuestro amigo Joaquín Araujo. Sin ese 90 por ciento que contiene nuestra masa cerebral, y sin el 70 por ciento que tiene nuestro cuerpo al nacer, simplemente, no seríamos. El agua alberga además toda clase de animales y de formas vitales. Es el medio donde se dan reacciones las químicas y las moléculas necesarias para la vida.
Por ende, como dice el Libro Sagrado de los musulmanes, de sus frutos, algunos tan bellos como el coral y la madreperla, obtenemos objetos con los que adornarnos y embellecer nuestra vestimenta.
Ríos, lagos, manantiales y oasis han sido cuna de las más grandes civilizaciones. Agua que une y crea, cuando es fuente compartida; agua que separa y empobrece, cuando es objeto de disputa.
Para la Grecia clásica el agua tuvo una significativa carga filosófica; los presocráticos la consideraron uno de los elementos en la cadena de la Creación, y se la comparó con el devenir que siempre fluye. El Egipto faraónico la representó simbolizada en el dios Nilo, terrible y generoso a la vez, con sus imponentes crecidas. Los taoístas la compararon con la conducta ideal: se adapta a los pliegues de la tierra y al mismo tiempo se adentra en todo.
Para el mundo islámico el agua es un don divino, pero también significa el conocimiento y la pureza; la bebida por excelencia que apaga la sed del alma. Es el elemento que, no solamente limpia el cuerpo, sino que purifica el alma. No en vano se hacen con ella las abluciones que preceden a cada oración del día, con un sentido no solamente higiénico, sino litúrgico.
Pero también es ciencia. Así, el Corán revela en el siglo VII secretos acerca del agua descubiertos por la ciencia recientemente, dejando en evidencia que el agua está en el origen de la vida.
«¿Es que no han visto los infieles que los cielos y la tierra estaban unidos y los separamos? ¿Y que hicimos provenir del agua a todo ser viviente? ¿No creerán aún?».
Corán, 21-30.
“Dios ha creado a todos los animales de agua: de ellos unos se arrastran, otros caminan a dos patas, otros a cuatro. Dios crea lo que quiere. Dios es omnipotente”.
Corán, 24-45.
Y en el siglo XIII, la mística iraquí Sitt ‘Ayam, llegó a decir que, “Por el secreto del agua, que es la materia de todas las cosas y el secreto de la vida (…), se conoce el secreto de la Esencia [divina]”.
El agua en la cosmología islámica
Por lo demás, la presencia del agua en la cosmología musulmana es enorme. En sus distintas formas, en movimiento, quieta, o modelada por fuentes y surtidores, el agua aparece con frecuencia mencionada en los textos del Islam como sinónimo de alcance de la perfección espiritual.
En la Sîra, o relato histórico de la vida del Profeta Muhammad, y en numerosos hadices, o dicho atribuidos a él mismo, Muhammad esperará a los creyentes junto al Estanque, con Mayúscula, en la otra vida. Aquí, el agua aparece de forma quieta y horizontal, significando en cierto modo el más allá o la muerte.
Así lo recoge un hadiz qudsi narrado por el Califa Omar y transmitido por Bujari y Muslim:
“La extensión de mi estanque en longitud, es igual a una distancia de un mes de marcha; su anchura equivale a su longitud; su agua es más blanca que la leche; su perfume más intenso que el del almizcle; sus cántaros más numerosos que las estrellas del firmamento. Quien beba de él jamás tendrá sed”.
Cherif Abderrahman Jah
02-2015
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