Siete de la tarde en El Cortijo del Cura. Vides, almendros y olivos ascienden por una de las laderas de Laujar de Andarax, en la Alpujarra de Almería. Hay una bodega blanca, una tienda de campaña, unos árboles centenarios que no tienen pulgón. A la caída del sol Justo Sánchez viste impecable y sabe que la historia de su vida resume en parte el periplo alpujarreño: Dejó su pueblo para ir a trabajar a los invernaderos de la costa y durante veinte años trabajó bajo plásticos.»En los invernaderos fumigabas cada cuatro días y eso se paga con salud.
«Con Marruecos produciendo a precios de risa, como hacíamos nosotros antes, para vivir aquí hay que apostar por la calidad». Justo tuvo que enfermar y ver morir a algunos compañeros para empezar de cero. Regresó, compró un cortijo y apostó por el cultivo ecológico. En los últimos quince años Sánchez ha recuperado la forma de trabajar que aprendió con su padre, también los nuevos modos de la agricultura ecológica.
Ahora le va muy bien. Justo exporta, enseña, da conferencias y suele recibir a quien quiere escuchar su historia. “Hay que dar a conocer La Alpujarra al mundo; es un lugar privilegiado: En apenas 40 kilómetros tiene montaña y playa. Quiero vender pan aquí, quiero que la gente venga a conocerlo”, proyecta.
Se pone el sol sobre el cerro el Almirez, y a pocos kilómetros hay invernaderos sobre los bancales, sobre la llanura y el desierto; esqueletos de plástico abandonados bajo los que no crece nada. Al llegar a El Ejido hay basura en el suelo, más plásticos, gigantescos anuncios de herbicidas o abonos; un camión que se lleva tierra. Desde aquí la historia de Justo se me antoja como una rentable redención.
Texto: Elena García Quevedo.
Fotos. Carlos Pérez Morales.
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