Cortijo de Pitres, La Alpujarra. El agua de la fuente suena en una tierra que apenas se cultiva ya. Eduardo García tiene ochenta años y desea rescatar de su memoria lo que pueda serles útil a sus nietos. Por eso, poco a poco, escribe sus recuerdos con los usos y la forma de vida de antaño, con las leyes del agua, con los nombres de las tierras, con las faenas de los hombres y las mujeres en las casas y en el campo; con los refranes.
A su favor tiene el don de la palabra fácil, la memoria intachable, la consciencia del valor de cuanto le rodea y está a punto de perderse.“Lo mejor que tenemos es el aire y el agua. El agua y la tierra son las fuentes de la vida. La humanidad ha vivido sin neveras o tornillos montones de años pero sin agua no hay nada».
Hacer un bancal
A lo largo de la tarde, bajo la mirada atenta de su compañera, me habla con gracia de los cultivos que fueron y son, pero ante todo de cómo se hace un bancal, el sistema de riego y el careo, la medida de tierra y agua; todo heredado de los árabes. Eduardo sólo ha estudiado en la universidad de la vida pero defiende la agricultura ecológica por convicción, mientras desgrana los secretos para sembrar si ha llovido o no ha llovido, y del mejor momento para hacerlo: “La luna crece y merma e influye porque las plantas crecen en presencia de la luz. Lo que más influye es la luna ascendente y descendente”, dice.
Huele a tierra fértil y hace calor. Llega el rumor de las hojas y de la hierba cuando Eduardo nos conduce a través de los frutales, de las acequias hechas de tierra, de los cerezos. De un lado a otro, compone un ramillete con flores de margaritas e hipérico que quita la tristeza. Me lo regala en la puerta.
Texto: Elena García Quevedo.
Fitos: Carlos Pérez Morales.
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