El conjunto monumental de la Alhambra y el Generalife de Granada encierra algunos de los más bellos paisajes andalusíes. Declarada Paisaje Cultural y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la Alhambra de Granada (España) no es un simple compendio de dependencias palaciegas, sino un conjunto en el que interactúan de manera sabia la arquitectura defensiva y civil con la intimidad de los jardines interiores, las huertas y el agua, que discurre juguetona por todos los resquicios de la ciudad palatina.
“Yo soy un orbe de agua que se muestra a las criaturas diáfano y transparente / un gran Océano cuyas riberas son labores selectas de mármol escogido / y cuyas aguas, en forma de perlas, corren sobre un inmenso hielo primorosamente labrado. / Me llega a inundar el agua, pero yo, de tiempo en tiempo, / voy desprendiéndome del transparente velo con que me cubre”.
Así se expresa la fuente del jardín de Daraxa en boca del poeta Ibn Zamrak (1333-1393), que grabó cada fuente, cada jamba y cada zócalo con sus poemas.
La ciudad palatina de la Alhambra pudo construirse gracias al abundante suministro de agua, procedente de la Acequia Real, que la tomaba del río Darro mediante aceñas. A continuación, se almacenaba en los albercones, que aún se conservan y sirvieron de lugar de asueto y de piscina para las mujeres del harén. La Acequia Real corría entre las huertas del Generalife y los jardines, y llegaba hasta los palacios nazaríes dónde adornaba patios y estancias. Sin la existencia del agua, presente en forma de albercas, estanques, fuentes y canales de irrigación que llegan a discurrir hasta en las barandillas de las escaleras, no hubieran sido posibles los jardines de la Alhambra y el Generalife. “Cuanto más se contempla la Alhambra, más se tiene la sensación de que el ideal de los árabes era vivir sobre un jardín”, decía el arquitecto Fernando Chueca Goitia.
Así, en los palacios de la Alhambra se pueden admirar los más bellos jardines patio, que forman parte indisociable de la arquitectura y se inmiscuyen en los interiores, como sucede con las salas de Abencerrajes y Dos Hermanas, en las que el exterior (el Patio de los Leones) comunica con el interior de las estancias mediante un canalillo ininterrumpido y una fuente de pileta, generando una sensación de continuidad y un efecto de luminosidad y movimiento, que emula los aposentos del paraíso coránico, “en los que fluyen los arroyos”.
Una lámina de agua
En el patio de Comares, o de los Arrayanes, la gran lámina de agua central refleja las fachadas y los pórticos, duplicando el efecto espacial, mientras que la mesa de arrayán que la rodea, aporta el necesario frescor al conjunto.
El Patio de la Acequia, en el palacio de verano del Generalife, es en cambio un espacio estrecho y alargado, prolijo en vegetación y ordenado en torno a un estanque alimentado por la Acequia Real. En él, los surtidores forman una cortina de agua que ameniza los sentidos.
Los demás jardines del Generalife, los Altos, los Bajos, el Patio del Ciprés de la Sultana, así como los Paseos de los Cipreses y las Adelfas, evocadores en su simetría y su frondosidad, son una reinterpretación barroca y romántica del jardín andalusí, pero no dejan de ofrecer su sombra y su atractivo al paseante.
En ellos aparece una especie única, para asombro de botánicos y aficionados: el Mirtus betica, una clase de arrayán introducido en el siglo XVI, que sólo se encuentra aquí y en muy pocos lugares del mundo. También crecen tejos centenarios.
Pero, más allá de estos jardines emblemáticos están las huertas, hoy cerradas a las visitas y en recuperación, que, de forma escalonada, descienden suavemente hacia la vega y se asoman a la ciudad de Granada, en un espectáculo mágico cuando anochece.
Texto y fotos: Inés Eléxpuru
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