José Manuel Milán es biólogo, vive en la tierra donde nació y dedica su vida a estudiar y defender el paisaje alpujarreño. Por algo a los ocho años decidió quedarse aquí. Milán ha descubierto que su entorno ha sido creado por el ser humano y depende del agua, pero es tan frágil que puede desaparecer a golpe de olvido o de decreto. Nos recibe a la caída del sol en el cortijo donde vive con su familia, cerca de Órgiva. A nuestro alrededor La Alpujarra se muestra como un jardín lleno de diversidad con frutales y flores cultivados en bancales; un vergel que lleva impresa la maestría morisca, los siglos en que la diversidad se perdió, pero también la conciencia de quienes trabajan hoy para protegerla.
A la puerta de una casa de muros grandes José Manuel habla con admiración sobre el sistema de riego de careo que filtra el agua para que salga a fuentes, manantiales o acequias; habla de cómo los cultivos árabes permanecieron hasta hoy y, sobre todo, habla de cómo esta diversidad que ahora nos rodea se creó en un lugar seco. “La Sierra es como un cuerpo humano con su sistema circulatorio que da vida a la comarca. Si te fijas en la acequia es como un río con las mismas comunidades vegetales; lo que los árabes hicieron fue dar más posibilidades a la vida para que se mantenga y surja.” Milán defiende la historia de La Alpujarra como una gran obra morisca en la que la vida gira en torno al agua que circula, a los bancales; al ser humano.
El peligro que acecha a la Alpujarra
A media tarde José Manuel logra transmitirme su preocupación cuando habla sobre el peligro que acecha si se aplica en La Alpujarra el concepto de riego por goteo para ahorrar agua; el paisaje alpujarreño se basa en una concepción solidaria y sostenible del agua, también en el conocimiento de los materiales que filtran y devuelven el agua al medio. “Ahora hay una idea de que no se puede perder nada de agua pero la nuestra es una agricultura muy especializada: El cultivo coge lo que necesita, y lo que no va a ir a las vegas para regar”.
A sus cerca de cincuenta años vive su trabajo como un homenaje a su abuelo agricultor en quien de niño vio al ser más feliz del planeta. “Que el patrimonio de La Alpujarra no se pierda nos puede hacer más felices y más sabios”.
Texto: Elena García Quevedo.
Foto: Carlos Pérez Moreda.
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