Pionero en la recuperación de las técnicas constructivas milenarias, reivindicó hace ya un siglo las cualidades bioclimáticas de las casas de adobe y un concepto ecológico de planificación urbana a la medida del ser humano.
Un siglo antes de que el calentamiento global pusiera en cuestión los cimientos del urbanismo moderno, un desconocido arquitecto egipcio colocó las bases de algunos conceptos revolucionarios de sostenibilidad y ecología constructiva que hoy ya pocos discuten. En el primer tercio del siglo XX, cuando Egipto logró zafarse del yugo colonial británico y se dirigía con paso firme hacia el futuro, un joven arquitecto llamado Hassan Fathy (Alejandría 1900 – El Cairo 1989) sorprendió a todos reivindicando el adobe y la arcilla como materiales óptimos de construcción.
Mientras el mundo desarrollado se entregaba al acero y al hormigón, Fathy abogó por la arquitectura tradicional milenaria que los fallahin (campesinos) utilizaban en las ardientes tierras del antiguo Egipto. Sus propuestas fueron recibidas con absoluta perplejidad y entendidas como una extravagancia que iba en la dirección contraria al sentido natural de la historia. Hassan Fathy no se arredró. Y perseveró en sus convicciones. La tierra secada al sol y fundida con paja estaba dotada de propiedades térmicas inmejorables para un ecosistema extremadamente cálido como el desierto egipcio.
Fathy abogó por la arquitectura tradicional milenaria que los fallahin (campesinos) utilizaban en las ardientes tierras del antiguo Egipto.
Se trataba, además, de un método constructivo muy barato al alcance de millones de personas con recursos limitados. De hecho, el arquitecto egipcio se esforzó en que las personas sin recursos pudieran construirse su propia vivienda. Su compromiso social lo acompañó a lo largo de su prolífica trayectoria profesional. Hasta el punto de que fue reconocido como el ‘arquitecto de los pobres’, gracias en parte a una de sus obras publicadas bajo el título del mismo nombre (Architecture for the poor, 1969).
En aquel libro, que adquirió trascendencia internacional, explica uno de los proyectos más innovadores y sugerentes de su biografía profesional. En 1946, recibió el encargo gubernamental de planificar un poblado para realojar a los gournis, los saqueadores de las tumbas faraónicas. Hassan Fathy diseñó un programa completo de urbanismo rural. Estudió detalladamente las costumbres de sus futuros habitantes en lo que constituyó un exhaustivo trabajo de antropología social para dar a luz New Gourna, una de sus criaturas arquitectónicas más aclamadas mundialmente.
En New Gourna aplicó sus renovadoras teorías constructivas, aprendidas en la comarca de Nubia, al sur de Egipto, a principios de los años 40. De aquel viaje quedó fascinado por cómo los nubios levantaban bóvedas de cañón sin armadura y la manera en que fabricaban ladrillos de adobe, puertas de madera y vidrieras antiguas para proteger a la gente del desierto. La nueva ciudad fue levantada en las afueras de Luxor con capacidad para alojar a 7.000 personas. El enclave disponía de teatro al aire libre, escuela, zoco y mezquita, además de las viviendas. Y, fiel a sus principios constructivos, no usó ni hormigón ni acero.
«Hassan Fathy fue un adelantado de su tiempo», sostiene José Tono, gestor cultural y profundo conocedor de su obra, en conversación telefónica con EL CORREO DEL GOLFO. «Fue uno de los primeros en hablar de sostenibilidad, aireación y uso de materiales tradicionales cuando nadie lo hacía». De hecho, su influencia en el ámbito de la arquitectura es hoy más intensa que nunca, ya que sus ideas han ganado plena actualidad en el tercer milenio. Colaboró con el arquitecto griego Konstantinos Doxiadis para repensar las ciudades del futuro, más humanas, mejor conectadas y menos perturbadas por el uso masivo del coche.
«El diseño de casas para pobres, que podían ser autoconstruidas por ellos mismos, fue una propuesta verdaderamente revolucionaria que luego muchos arquitectos han mantenido», afirma Tono, que en 2021 fue el comisario de una exposición organizada por Casa Árabe y el Instituto Egipcio en homenaje al urbanista africano. En su opinión, Fathy ha sido el arquitecto árabe más importante de la historia contemporánea. En los años cuarenta y cincuenta su obra no fue «suficientemente entendida» y es hoy cuando «verdaderamente está fructificando y es aceptada por todo el mundo».
Se graduó en 1926 en la Universidad de El Cairo y llegó a ocupar varios cargos en el Gobierno egipcio, además de dirigir la Sección de Arquitectura de la Facultad de Bellas Artes de la gran metrópolis árabe. Recibió el Premio Aga Khan de Arquitectura en 1980 y la Medalla de Oro de la Unión Internacional de Arquitectos cuatro años más tarde.
Shahira Mehrez es diseñadora egipcia y amiga personal de Hassan Fathy. En 2021 fue contactada por Casa Árabe para participar por videoconferencia en el homenaje al insigne arquitecto. «Quería construir un mundo mejor para los campesinos y los aldeanos aprovechando las tradiciones del pasado», declaró Mehrez desde El Cairo. «Hizo una carrera brillante como arquitecto, pero decidió ir contracorriente, cuando decidió apostar por una arquitectura para los pobres y en defensa de la ecología».
Era un firme defensor de los barrios tradicionales porque, en su opinión, respiraban «humanidad».
La diseñadora egipcia admitió entonces que su obra no fue comprendida en su país. «Mucha gente pensaba que Hassan Fathy quería devolvernos al pasado cuando el pueblo lo que quería era ser moderno», explicó en diálogo con José Tono, comisario de la exposición. Pero el arquitecto egipcio sabía que «nadie es profeta en su país», afirma Mehrez. «Era un idealista», subraya. «Un arquitecto que quería salvar el hábitat de los campesinos egipcios y ayudarlos a vivir mejor».
Viajó por medio mundo y trabajó en un puñado de países, desde Estados Unidos a España. «Y, por supuesto, en muchos lugares del mundo árabe», explica José Tono. Los últimos años de su vida los pasó en un barrio pobre de El Cairo. «Sus vecinos le pedían dinero para pagar la luz y las medicinas», recuerda la diseñadora Shahira Mehrez. Era un firme defensor de los barrios tradicionales porque, en su opinión, respiraban «humanidad». La misma humanidad que el arquitecto egipcio entregó a lo largo de su biografía para transformar la vida de los fallahin y concebir espacios urbanos más amables.
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