Jesús Gómez Martínez y el arte de la injerta

Casa de huerta en Abarán. Valle de Ricote. A pocos metros del Segura los frutales de la huerta se mecen entre aljibes, acequias y norias. Jesús Gómez está sentado en la sombra como suele hacer cuando baja hasta aquí. Es alto, de mente rápida y piernas lentas; está acostumbrado a mirar el cielo para calcular las cabañuelas, y a estudiar los  frutos para hacer conservas picantes.  Tiene 77 años, es experto en varios tipos de injerto, y me habla del trabajo en la tierra a lo largo del año. Hoy presume de aprender de los animales qué comer y qué no -“Ellos mismos se toman el medicamento y se purgan con hierba”-, de hablar con las plantas -“las plantas te enseñan el cuidado de la vida. Cuando curas a una parece que te quiere dar las gracias; cuando llegas allí parece que te conocen.”-y de haber aprendido mucho de los abuelos. Pero cree que «llegará un momento en que todo esto se pierda porque la gente no tiene ganas de huerta.»

Hace calor, mucho. El sol cae sobre nosotros como una losa y huele a agua y a hierba. A nuestro alrededor hay higos, verdales, fuentigueras, pajareros, brevas, cerezas, peras, almendros, membrillos, mandarinas, naranjas, limoneros y tantos tipos de frutales que resulta difícil recordarlos todos.

Cuando nos vamos le pregunto qué es lo mejor de la huerta: “ Lo más bonito del campo es tocar el agua del rocío que ha despedido la planta por la noche. Temprano da gusto ir a la huerta”.

Texto: Elena García Quevedo.

Fotos: Carlos Pérez Morales.

 

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