La civilización islámica ha demostrado un amor por la estética del paisaje, la agronomía y la ciencia como pocas. Al-Andalus fue un perfecto ejemplo de esta predilección, en pleno corazón de Europa.
El jardín como símbolo
Al mencionar los jardines de al-Andalus surge en primer lugar la imagen de un lugar evocador que invita al recogimiento y la contemplación. Repleto de flores, plantas aromáticas, árboles, surtidores, fuentes, albercas y acequias. En el que el agua refleja la arquitectura, y la luz roza la vegetación transformándola con el paso de las horas y las estaciones. Pero también, la de un espacio amplio y en ocasiones escalonado, en el que la vista se dilata para abarcar el paisaje, enfatizando el concepto de “jardín de poder”.
El jardín medieval en el mundo islámico, del que apenas quedan descripciones gráficas ni literarias, debió diferir según las regiones, recibiendo la impronta de la tradición local, aunque siempre basado en el concepto espiritual del jardín como Paraíso. Los jardines orientales tuvieron un referente próximo en el jardín persa de legendaria tradición, con grandes avenidas, canales, fuentes y pabellones entre una vegetación exuberante. La dinastía omeya trasladó consigo al occidente islámico el amor por el jardín, combinando las inspiraciones orientales de horizontes amplios con el jardín cerrado rodeado de muros, según descripción coránica, igualmente atractivo y sugerente y emparentado con el hortus conclusus de tradición semítica, y el peristilo, o patio romano.
El jardín espiritual
La idea del jardín, a lo largo de la Historia, siempre ha estado vinculada a la visión de un lugar idílico y rebosante de paz, generalmente localizado en el Más Allá, en el que fluyen ríos y arroyos, y en el que crecen abundantes flores y árboles. El Paraíso persa del Avesta, el Edén bíblico del Génesis, el Paraíso o Cielo Evangélico y el Paraíso musulmán, todos conforman un concepto de Jardín Espiritual.
El vergel
Junto a estos jardines intramuros se desarrolló el concepto de jardín-huerto, de horizontes despejados, donde se combinaban flores, plantas aromáticas, frutales y hortalizas, con albercas, acequias y pabellones destinados al reposo. Este jardín periurbano se conocía como al-munya, o almunia. Además, se crearon vastos espacios dedicados a las experiencias botánicas, como así lo describió el geópono almeriense Ibn Luyun, del siglo XIV, autor del célebre Kitab al-filaha (“Libro de Agricultura”).
Ejemplo documentado de estos espacios de aclimatación, precursores de los jardines botánicos del Renacimiento Europeo existe en la Rusafa cordobesa, mandada construir en el siglo VIII por el emir omeya Abderrahman I “el Inmigrado”. También debió de existir un importante jardín de aclimatación en la ciudad palatina de Madinat al-Zahra, levantada por orden del califa ‘Abderrahman III en el siglo X. En el Toledo del siglo XI, se creó al-Munyat al-Mansura, la Almunia de la Victoria, junto al río Tajo, mientras que en Sevilla el califa almohade Abu Ya´qub Yusuf mandó crear el jardín de la Buhayra sevillana. En época andalusí surgieron numerosos agrónomos que experimentaron en estas huertas y escribieron tratados de agricultura, algunos de los cuales se traducirían al latín y se estudiaron en las Universidades europeas hasta el siglo XVII. Algunos de los más afamados geóponos fueron Abulcasis (ss.X-XI), los toledanos Ibn Bassal e Ibn Wafid (s.XI), el granadino al-Tignari (ss. XI-XII), los sevillanos Abul-Jayr (s.XI) e Ibn al-Awwam (ss.XII-XIII) y el almeriense Ibn Luyun (s. XIV).
“El jardín es como una bella vestida con la túnica de sus flores y adornada con el collar de perlas del rocío” (Iben ´Ammar de Silves).
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