Santiago Beruete y su filosofía de la naturaleza y el jardín

“El 99,7% de la biomasa es vegetal, frente a un único 0,3% animal. Ésta es una idea que tendemos a olvidar y que es fundamental”, subraya Santiago Beruete. Y es que bajo estas cifras subyace todo lo que el ser humano necesita saber para no malograr la Tierra, para dejar de esquilmarla: que sin ella, no existe. Cuando esto se interiorice, se podrá hablar en términos de igualdad con la Tierra y no desde una visión antropocéntrica. Tras la aceptación de esta idea, podríamos comenzar a darle la vuelta a nuestra relación con la naturaleza. Eso es lo que defiende Beruete en su nuevo libro, ‘Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos’ (Turner). En él, este profesor de Filosofía y Sociología intenta “colonizar el subconsciente colectivo, seducirlo” para crear conciencia ecológica y demostrar que es posible una refundación del binomio naturaleza-hombre.

A Santiago Beruete ya lo habíamos entrevistado en El Asombrario por su libro Jardinosofía, y nos había dado cien ideas y un titular estupendo: “Un jardín nos marca el camino de la insumisión y la felicidad”. Hemos vuelto a hablar con él por su nueva publicación, y nos vuelve a abrir los ojos y la mente, a partir de conceptos derivados de la esencia de lo verde:

“Los huertos urbanos tienen esta dimensión que trascienden lo estético y lo ético y entran en lo político. Quizá sean la última forma de resistencia. Las plantas nos enseñan de todo. Basta con poner una planta en un lugar para que se humanice. En presencia de las plantas nos sentimos bien. Nos enseñan lecciones éticas y estéticas. La humildad, por ejemplo”.

Titulas el libro ‘Verdolatría’, ¿hacia dónde se dirige este término?

Voy a hacer una pequeña aproximación. Todo empezó cuando leí que el observatorio de la ONU había previsto que para el año 2050 la Tierra la poblarían más de 10.000 millones de habitantes y que las 2/3 partes de éstos iban a vivir en ciudades. Inmediatamente me vino a la cabeza que cuanto más superpoblado está el mundo, más fuerte va a ser el deseo de volver a la naturaleza. Con esta idea, me di cuenta de que los habitantes de las ciudades tenían una encendida pasión por todo lo que les recordaba a la naturaleza: la veneramos, aunque estamos en guerra con ella. La verdolatría para mí retrata esa relación ambivalente que tenemos con la Tierra.

¿Esta ‘verdolatría’ sucede en el ser humano a nivel transversal?

Sí, hay una verdolatría transversal. Desde los neorurales hasta el auge de la industria de los jardines verticales; desde la agricultura urbana hasta la transformación de los descampados en parques. Es como si el ser humano encontrara inspiración en esas contradicciones para de algún modo dar una vuelta, un imposible a la naturaleza. Es como si la naturaleza volviera con el mismo impulso con el que la echamos de nuestras vidas.

Permíteme dudar sobre que haya tanto movimiento verde y sea algo transversal…

Verdolatría es un intento de contribuir a una narración en la que el ser humano se salte la codependencia de las formas de vida y una existencia que no se base en esquilmar recursos, en un consumo desaforado…, una visión asentada en el respeto a nuestro entorno. Verdolatría es un intento de contribuir a ese metarrelato. De algún modo me sumo a un coro de voces que desde diferentes ámbitos entonamos la misma canción. El mismo deseo de refundar la relación con la naturaleza.

Yo sé que hay una ironía en todo esto: que esas pequeñas pinceladas verdes no sirven de nada cuando nos estamos cargando el planeta. Verdolatría es un intento de atraer a las personas que se resistirían a un discurso más duro ecológicamente hablando, movilizándoles. Crear una narrativa que colonice el subconsciente colectivo. Seducirles. Voy por la vía de un ecologismo erótico, ya que creo que por aquí podemos avanzar más hacia nuestro fin.

¿Cómo haces para salirte de ese discurso ecológico más duro, para hacer un canto erótico?

Asumo discursos muy distintos. Uso las estrategias de la narrativa. Pero, aparte, mezclo el ecologismo con el discurso antropológico, con la filosofía, la ciencia…, un montón de disciplinas para crear una nueva forma de expresión y un nuevo mito fundacional.

Dentro de estas nuevas formas de expresión calificas a los huertos de las ciudades de auténticos actos de rebeldía. En palabras tuyas, nos humanizan.

Yo siempre digo que plantar es ya una forma de plantarse; plantarse ante el acoso de una sociedad regida por las leyes del mercado. Los huertos urbanos tienen esta dimensión que trascienden lo estético y lo ético y entran en lo político. Quizá sean la última forma de resistencia. Aquí sí que podemos encontrar señales de verdolatría.

¿Qué nos enseñan las plantas?

Las plantas nos enseñan de todo. Basta con poner una planta en un lugar para que se humanice. En presencia de las plantas nos sentimos bien; quizá porque de ellas obtenemos casi todo lo que necesitamos y nunca nos suelen ser dañinas. Nos enseñan lecciones éticas y estéticas. La humildad, por ejemplo. Vivir humildemente es vivir apegado a la tierra, con los pies en el suelo. Todo el que cultive sabe que hay que estar sometido a los ciclos naturales, a sus ritmos. Esto de algún modo nos obliga a atenderla y cuidarla.

Esta empatía con la naturaleza, con las plantas, sería más sencilla si llegáramos a interiorizar que los seres humanos no estamos en un estrato superior al suyo, si nos relacionáramos con ellas en términos de igualdad.

Hay una idea que atraviesa el libro que es muy básica pero que tendemos a olvidarla: que el animal humano no está solo, que lo comparte con un montón de seres vivos con los que mantiene un constante diálogo. El 99,7% de la biomasa es vegetal, frente a un único 0,3% animal. Esta es una idea que tendemos a olvidar y que es fundamental. Llevando a la gente por este derrotero, intento que el lector viva una experiencia de asombro y gratitud, que es la emoción fundacional de la filosofía.

Llegamos a entender que estamos al mismo nivel que las plantas, lo que parece una ironía, por medio de la tecnología. Ésta nos ha enseñado que se puede llegar a ser inteligente sin tener un cerebro.

Igual es ponerse un poco estupendo, pero yo tengo la sensación de que más que al final de un ciclo, estamos al comienzo de una revolución. Ésta nos llevará a concebir la vida en el planeta de una nueva manera. Esta revolución creo que llevará aparejada la pérdida de la visión del humano antropocéntrico. Podría responder ahora a tu primera pregunta, la de qué es verdolatría, diciendo que sería la primera señal de ese cambio de mentalidad.

“Tengo la sensación de que más que al final de un ciclo, estamos al comienzo de una revolución. Ésta nos llevará a concebir la vida en el planeta de una nueva manera. Esta revolución creo que llevará aparejada la pérdida de la visión del humano antropocéntrico.”

Como decías antes, ‘Verdolatría’ no se queda en el ámbito ecológico. A través del libro, lanzas una filosofía de vida completa.

Claro. Por eso el subtítulo ‘La naturaleza nos enseña a ser humanos’. Yo lo que intento es injertar la tradición filosófica con la jardinera. Y creo que no es un disparate. Hago una historia del feminismo a través del jardín, por ejemplo. No sale en el libro, pero las primeras escuelas de arte de jardín estuvieron integradas por mujeres y pagadas por aristócratas femeninas. De ahí salieron las primeras y mejores promociones de jardineros de Inglaterra. Esto por alguna razón se ha escondido.

Aparte de lanzar teorías, también pones ejemplos prácticos para demostrar que es otro modo de vida es posible.

Quizá el ejemplo más maravilloso es el de Detroit, que pasó de ser un prototipo de ciudad capitalista a transformarse en una ciudad totalmente ecológica. Creo que en 100 años seguiremos hablando de este cambio, como hablamos hoy de Versalles o de Central Park. Será uno de los grandes mitos de nuestra era, un ejemplo de que se puede revertir todo.

Photo: Matthew Buchanan

Hay un capítulo que mucha gente no leerá, pero que creo que da muchos fogonazos de por qué es importante utilizar la narrativa, la poesía, para construir un relato que cale. Somos rehenes de la ficción, necesitamos de ellas para vivir. Necesitamos una nueva narrativa que nos inspire y nos dé sentido a estos sacrificios a los que tenemos que hacer frente. No es casualidad que la teoría de Gaia de James Lovelock surgiera en los años en los que se estaban haciendo públicas en todos los medios del mundo las imágenes tomadas del planeta azul desde el espacio exterior por las misiones Apolo desde 1963. Esas imágenes tienen tal poder para crear una conciencia planetaria que las primeras asociaciones ecologistas surgen unos pocos años después.

Has nombrado la palabra sacrificios más de una vez. ¿A qué nos enfrentamos?

Es imposible cambiar los modos de producción y consumo de la gente sin sacrificar cosas. Tenemos una doble moral actualmente en la que nos decimos que no somos dueños del planeta, que lo respetamos, pero al mismo tiempo no estamos dispuestos a vivir por debajo de nuestras posibilidades. Nos decimos que es imposible que el crecimiento sea ilimitado, pero por otro lado estamos dispuestos a garrapiñar los recursos del planeta. Esta paradoja de que somos naturaleza y su peor enemigo. La gente se siente bien cuando piensa que está haciendo lo correcto. Es importante que haya un sentimiento de pertenencia al planeta.

Fuente: El Asombrario & Co.

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