Antonio García y el saber de la luna

Estamos a 25 kilómetros de Vélez Málaga, en Comares, o Hins Qomaris en los textos nazaríes, la Villa encajonada entre los Montes de Málaga y la memoria. A nuestros pies el bosque Mediterráneo se dibuja entre bancales rotos de almendros, frutales y olivos. Cinco siglos después de la caída de Granada aquí hay quien hoy recuerda las treinta campanadas que hasta hace no tanto sonaban por las familias moriscas que se quedaron aquí para siempre; también las leyenda de la mora de Comares como el recuerdo de los árabes.

Antonio García tiene 63 años, dice de su pueblo que es morisco y cada día usa en su huerta lo que aprendió de los abuelos. Hemos llegado hasta él después de que un experto agrícola me dijera que es una de las pocas personas en toda la comarca que guarda y alimenta sus semillas, también un hombre que conoce cómo fueron y son los cultivos aquí.

«De los árabes quedaron los olivos que pueden tener quinientos años. Las plantaciones de ahora no duran porque ahora es olivo castellano; antes era el olivo silvestre injertado en el castellano. También tenemos el almendro, que puede vivir doscientos años pero no es un árbol de antigüedad, y los algarrobos. Además está el naranjo, que viene de toda la vida. Las viñas están desapareciendo y eran de aquí, pero estas han venido de fuera”, dice.

Riego por goteo

Sentado sobre un bancal, que ahora se riega por goteo, de espaldas a frutales centenarios y a la fuente mora cuyo agua llega a través de túneles o qars, habla de los resultados en la cosecha al sembrar en cada fase de la luna, que le guía a la hora de sembrar y podar.

Durante más de dos horas Antonio nos guía arriba y abajo a través de los frutales, la montaña, junto al pasadizo que une el camino con el pueblo o, incluso, al interior de la fuente que dejaron los árabes. Lo hace con la humildad de quien tuvo que dejar Comares para dar de comer a los suyos y sólo ahora, jubilado, cada día va con su burro a la huerta para cultivarla como se hizo siempre. «Cultivo en ecológico porque me gusta que los tomates sepan y saber lo que como», asegura. Huele a romero, a salvia y, de vez en cuando, las abejas liban sobre los viejos limoneros o las higueras.

Texto: Elena García Quevedo.

Fotos: Carlos Pérez Morales.

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